27-La bomba.
La tarde caía lenta sobre el edificio, tiñendo los ventanales de tonos anaranjados. El estudio de Dominik estaba impregnado del aroma a óleo y trementina, un lugar que Nas ya reconocía como el espacio donde él se refugiaba del mundo.
Ella estaba sentada en un sillón junto a la pared, con una manta ligera sobre las piernas y un libro abierto que apenas había leído. Su atención, como siempre, estaba en él.
Dominik pintaba. Sus manos se movían con precisión sobre el lienzo, cada trazo parecía medido, pensado, como si en cada pincelada dejara parte de sí mismo. El silencio solo era interrumpido por el roce de las cerdas y el ocasional chasquido de su lengua cuando algo no le agradaba.
Nas apoyó el rostro en su mano, observándolo. Había dureza en su porte, sí, pero también algo hipnótico en la concentración con la que trabajaba. Lo que a los demás les inspiraba miedo, a ella empezaba a resultarle fascinante.
—¿Cuánto tiempo piensas mirarme sin decir nada? —la voz grave de Dominik q