Damian
El desierto tiene una forma particular de desnudar el alma. Quizás sea el calor implacable que derrite las máscaras o la inmensidad del paisaje que hace insignificantes nuestras mentiras. Lo cierto es que llevaba tres días observándola dormir, vigilando cada uno de sus movimientos, memorizando el ritmo de su respiración. Elena Vidal se había convertido en mi obsesión profesional, o al menos eso me repetía cada mañana frente al espejo mientras me afeitaba con mano temblorosa.
La misión era clara: protegerla hasta que pudiéramos extraerla con seguridad. Lo que no estaba en los manuales de operaciones era qué hacer cuando tu objetivo te mira como ella lo hacía, con esa mezcla de desconfianza y curiosidad que me desarmaba más que cualquier interrogatorio hostil que hubiera enfrentado.
—¿Siempre eres así de intenso cuando observas a alguien? —me preguntó mientras revisaba el perímetro de nuestro refugio temporal, una casa abandonada en las afueras de Marrakech.
—Solo cuando ese algu