El miedo tiene muchas caras. Lo he visto en los ojos de víctimas, en las expresiones de testigos, incluso en el rostro de criminales acorralados. Pero nunca había reconocido esta variante particular que ahora me atenazaba el pecho: el miedo a necesitar a alguien más que al aire.
Observé a Marcus dormir junto a mí, su respiración acompasada contrastando con mi insomnio. La habitación del hotel en Estambul, nuestro refugio temporal, estaba sumida en penumbras. Solo la luz tenue que se filtraba entre las cortinas dibujaba los contornos de su rostro, suavizando las líneas duras que lo caracterizaban cuando estaba despierto.
Tres semanas habían pasado desde nuestro escape de Siria. Tres semanas en las que habíamos pasado de ser enemigos a amantes, de desconfiados a... ¿qué éramos ahora? La pregunta me aterraba más que cualquier terrorista armado.
Me levanté con cuidado para no despertarlo y me acerqué a la ventana. La ciudad dormía bajo un manto de luces dispersas. Apoyé la frente contra e