El aire se volvía más denso con cada paso que dábamos. La noche nos envolvía como un manto protector mientras avanzábamos en silencio por el terreno escarpado. La base enemiga se alzaba a menos de un kilómetro, una fortaleza de concreto y metal camuflada entre las montañas. Desde nuestra posición, apenas se distinguían las luces tenues que delataban actividad humana.
Mi corazón latía con tanta fuerza que temía que pudiera escucharse en el silencio de la noche. La adrenalina corría por mis venas como fuego líquido, agudizando mis sentidos hasta un punto casi doloroso.
—Cinco minutos para llegar al punto de infiltración —susurró Marcus a mi lado, su aliento cálido rozando mi oreja.
Asentí sin hablar. Las palabras sobraban. Habíamos repasado el plan tantas veces que podría recitarlo en sueños. Yo lideraría el avance por los pasajes más estrechos, aprovechando mi complexión más ligera y la agilidad que había desarrollado durante las semanas de entrenamiento intensivo.
El terreno se volvió