Puedo olerlo... Es mío... mi cachorro.
La bella doctora fue prácticamente arrastrada a un consultorio privado que el Alfa Gambino utilizaba en algunas ocasiones para ver a sus socios cuando le surgía alguna emergencia.
— ¡¿Pero que rayos les pasa?! ¡No pueden obligarme a quedarme, mucho menos a estar aquí! ¡Necesito irme, tengo algo importante que hacer, déjenme salir de aquí!
Gritaba La pediatra mientras se zafaba del agarre de los apuestos Alfas lobos.
—¡Señorita, calmese, no le vamos a hacer daño, solo.... relájese un poco y tome asiento!
Los hermanos Gambino tenían la órden de no dejar escapar a la mujer, pero no podían someterla con violencia, así que lo que hicieron fue cerrar la puerta e intentar tranquilizarla.
— ¿Qué me relaje? ¡Ustedes prácticamente me están secuestrando, ni siquiera los conozco, hace años que no vengo a Italia, así que no creo haber ofendido a nadie aquí! ¿Qué clase de locos son?
Los lobos estaban perdiendo la paciencia, la mujer no se quedaba quieta, quizás si la desmayaran.