Luna
El amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación que me habían asignado. Tres días habían pasado desde mi llegada al territorio de Zane, y cada mañana despertaba con la misma sensación de desconcierto. ¿Cómo había terminado aquí? ¿Prisionera o invitada? La línea entre ambas condiciones se difuminaba con cada hora que pasaba.
Me incorporé en la cama, observando la habitación que, aunque espaciosa y cómoda, seguía sintiéndose como una jaula dorada. Las paredes de madera oscura, los muebles rústicos pero elegantes, todo tenía la impronta de Zane: sobrio, funcional, intimidante.
Decidí que no podía seguir encerrada. Necesitaba aire, necesitaba sentir el bosque bajo mis pies, aunque fuera un bosque ajeno. Me vestí con la ropa que habían dejado para mí —unos jeans y una camiseta sencilla— y salí al pasillo. La casa principal de la manada era enorme, un laberinto de pasillos y habitaciones que reflejaban el poder y la influencia del Alfa.
Al salir al exterior, el aire fresco