Zane
La luz del amanecer se filtraba por los ventanales de la oficina de Zane, proyectando sombras alargadas sobre los mapas desplegados en la mesa. Sus dedos recorrían las líneas fronterizas de su territorio mientras su mente calculaba cada posible punto de entrada, cada debilidad que pudiera ser explotada por la manada de Rowan.
Llevaba horas encerrado allí, trazando estrategias, moviendo figurillas que representaban a sus guerreros sobre el mapa como si fuera un tablero de ajedrez. El ataque era inminente; sus espías habían confirmado movimientos sospechosos en la frontera este.
Pero por más que intentaba concentrarse, su mente volvía una y otra vez a Luna.
—Maldita sea —gruñó, apartándose del mapa con frustración.
Se acercó a la ventana y observó el territorio que se extendía ante él. El bosque, las montañas, el río... todo lo que había construido y protegido durante años. Todo lo que podría perder si se dejaba llevar por sentimientos que consideraba una debilidad.
Un golpe en la