Luna
El amanecer apenas despuntaba cuando Luna abrió los ojos. La habitación que Zane le había asignado en la casa principal era cómoda, pero se sentía como una jaula dorada. Tres días habían pasado desde su llegada oficial a la manada de Zane, y aunque muchos la miraban con recelo, ella había tomado una decisión: no sería una carga para nadie.
Se levantó y contempló su reflejo en el espejo. Sus ojos, antes apagados por el dolor del rechazo, ahora brillaban con determinación. El rostro que le devolvía la mirada ya no era el de una loba derrotada, sino el de una guerrera en formación.
—No más debilidad —susurró para sí misma mientras se recogía el cabello en una trenza apretada—. No más víctima.
Luna se vistió con ropa deportiva que había encontrado en el armario. Perfecta para lo que tenía en mente. Salió de la habitación sigilosamente, consciente de que Zane probablemente seguía durmiendo al otro lado del pasillo. La tensión entre ellos era palpable desde aquella noche en que casi se