La relación de Coromoto y Ángel había sido una fuente constante de consuelo y angustia a la vez.
Los días se sucedían con la misma rutina, pero el peso de su secreto la acosaba. En las profundidades de su ser, Coromoto sabía que vivía una mentira, pero la idea de enfrentarse a la cruda realidad parecía más aterradora que cualquier otra cosa. William, por su parte, se volvía cada vez más distante, cada vez más observador. Ya no eran solo las pequeñas cosas las que le molestaban; algo en su interior comenzaba a sospechar que había algo más, algo que ella intentaba ocultar con todas sus fuerzas. Lo peor de todo era que él, sin decir una palabra, empezaba a reaccionar con más agresividad. No había un detonante claro, pero las discusiones se volvían más intensas, más personales. Coromoto ya no podía soportarlo, y el miedo de que William descubriera toda la verdad la mantenía atrapada en un ciclo de angustia constante. Una tarde, mientras Coromoto volvía de una de sus visitas exprés a casa de Ángel, se encontró con Patricia en el pasillo del trabajo. La mirada de su amiga era distinta, más preocupada. Coromoto pudo ver el leve temblor en sus manos, el nerviosismo que la invadía. Sabía que algo estaba pasando. —¿Qué sucede, Patricia? —le preguntó, sintiendo que la inquietud en su pecho se duplicaba al verla así. Patricia suspiró profundamente antes de hablar. Su acento colombiano, que siempre había sido suave y calmado, sonaba ahora lleno de ansiedad. —Coromoto, yo… Se los dije, sabia que William tarde o temprano se enteraría. Recibí una nota donde me amenazan, y sé que fue William no tengo una prueba concreta, pero sé que fue él y tengo miedo, por mi ,por mi hijo allá en Colombia _ por favor cuídate, aléjate de Ángel . No sabemos de lo que tu esposo podría ser capaz Coromoto se sintió golpeada por esas palabras. El peso de la verdad, de todo lo que había estado callando, se hizo aún más grande. —Patricia, ¿Cómo es qué?… —dijo Coromoto con voz quebrada sin poder terminar la pregunta. No podía creer, lo que su amiga le estaba diciendo, aunque su corazón sabia era real al escucharla— Yo sé que todo esto es un lío. Pero no sé qué hacer… no quiero perderte, pero entiendo tus miedos. Patricia la miró con una mezcla de miedo y preocupación, y finalmente asintió. —No quiero ser parte de esto, Coromoto. No puedo. Ya se los dije hace un tiempo. No quiero que me involucren en algo tan peligroso —respondió. El dolor se reflejó en los ojos de Coromoto, pero sabía que no podía hacer nada para calmar el miedo de su amiga. La culpa que sentía ya era demasiada, y ahora, con la situación de Patricia, el peso de la presión parecía volverse aún más insoportable. En los días siguientes, las cosas en casa empeoraron. William se volvió más controlador, más agresivo. No necesitaba saber nada en concreto para hacer que Coromoto se sintiera culpable por cada paso que daba. Le exigía más atención, más obediencia. Cada palabra, cada gesto, parecía cargado de un reproche silencioso. Coromoto ya no podía hablar con él sin sentir la presión de estar atrapada en una red de mentiras. Ángel, aunque siempre presente para ella, no podía ofrecerle las soluciones que tanto necesitaba. Cada encuentro se volvía más complicado, más riesgoso. Aunque el amor entre ellos seguía siendo intenso, las dudas de Coromoto sobre su futuro y la creciente violencia de William la mantenían en una constante tormenta emocional. —¿Qué vamos a hacer? —le había preguntado Ángel en una de sus breves reuniones, mirándola con tristeza. Coromoto le había respondido con un suspiro profundo, una mirada llena de dudas. —No lo sé amor, no lo sé… cada día se hace más difícil. William no me deja respirar. Todo lo que quiero es salir de esta pesadilla, pero no sé cómo. La relación entre Coromoto y Ángel seguía siendo un refugio, pero también era una prisión de la que no podía escapar. Mientras tanto, William, con su actitud cada vez más agresiva y su constante vigilancia, parecía acercarse a descubrir la verdad en cualquier momento. Los días pasaban y la desesperanza se apoderaba poco a poco de su alma. Finalmente, una tarde, mientras se encontraba sola en la casa, Coromoto se miró al espejo. Viéndose a sí misma, se dio cuenta de lo rota que estaba. Su corazón, su mente, todo su ser, parecía desmoronarse a pedazos. Sabía que algo tendría que cambiar, pero temía que, al hacerlo, podría perderlo todo: a Ángel, a sus hijos, su vida, su estabilidad. El dilema seguía ahí, en su pecho, presionando más y más cada día. ¿Seguiría con la mentira, con la fachada, o enfrentaría finalmente la realidad, con todo lo que eso implicaba? Lo único que Coromoto sabía con certeza era que el tiempo se agotaba, y que su vida, tal como la conocía, estaba al borde del colapsoLos días en la casa de Coromoto se volvieron una espiral de tensión creciente. La sensación de estar atrapada entre dos mundos se volvía cada vez más insoportable. William ya no era solo un hombre celoso o molesto; se había convertido en alguien impredecible, lleno de furia y desconfianza, algo en su comportamiento había cambiado, y Coromoto lo sabía. Había algo en su mirada, en sus gestos, que ya no podía ignorar, algo dentro de él le decía que había algo más, que ella ya no era la misma.Las tardes solían ser las más difíciles. Cuando William llegaba a casa después del trabajo, su presencia era una sombra que se cernía sobre cada rincón, cada espacio. Coromoto había aprendido a leer sus silencios, a medir sus palabras, a anticipar el momento en que la calma se rompiera. Y ese día, ese día llegó de manera inesperada, pero devastadora.Era una tarde cualquiera, lluviosa, con el sonido del agua golpeando el techo como una constante amenaza. Coromoto estaba en la cocina, preparan
El tiempo había pasado rápido, como una película que se proyecta en alta velocidad, haciendo que Coromoto no tuviera oportunidad de procesar del todo lo que había estado sucediendo en los últimos dias. Todo parecía estar en constante movimiento, y ella, atrapada en el torbellino de sus propios miedos y decisiones, no encontraba un lugar donde poder detenerse. La relación con Ángel había sido un refugio durante todos estos meses, una esperanza, una chispa de lo que podría haber sido una vida diferente. Pero esa vida no era tan fácil de alcanzar, no mientras estuviera atada a su matrimonio con William.La mañana de ese 30 de enero comenzó como cualquier otra, pero algo en el aire le decía a Coromoto que ese día sería distinto. El sol, a través de las cortinas, se colaba tímidamente en la habitación, como si estuviera tratando de iluminar su corazón, pero ella sabía que ese brillo no sería suficiente para alejar la oscuridad que sentía dentro de ella.La
El tiempo, sin piedad continuaba su marcha y con él, la tristeza de Ángel no hacía más que crecer.Cada día era una repetición del anterior, una cadena de horas vacías que solo servían para alimentar su melancolía. El paso de los días no traía consuelo ni olvido, solo acumulaba ausencias, recuerdos y preguntas sin respuesta.Las semanas se convirtieron en meses, y la ausencia de Coromoto lo envolvía como una niebla espesa e impenetrable.Cada amanecer llegaba sin esperanza, con el mismo nudo en el estómago, la misma sensación de desamparo. Se despertaba con los ojos abiertos al techo, como esperando una señal, un indicio de que ella regresaría, de que todo había sido una pesadilla. Pero nada cambiaba. El vacío era constante, inamovible.El teléfono seguía mudo, los mensajes sin respuesta, y la búsqueda que había iniciado no había dado frutos.Las pistas se desvanecían, los contactos cerraban puertas, los conocidos fingían ignorancia. Nadie sabía nada sobre su paradero, o quizás na
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa