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CAPITULO 26: La tormenta interna

La relación de Coromoto y Ángel había sido una fuente constante de consuelo y angustia a la vez.

Los días se sucedían con la misma rutina, pero el peso de su secreto la acosaba.

En las profundidades de su ser, Coromoto sabía que vivía una mentira, pero la idea de enfrentarse a la cruda realidad parecía más aterradora que cualquier otra cosa.

William, por su parte, se volvía cada vez más distante, cada vez más observador.

Ya no eran solo las pequeñas cosas las que le molestaban; algo en su interior comenzaba a sospechar que había algo más, algo que ella intentaba ocultar con todas sus fuerzas.

Lo peor de todo era que él, sin decir una palabra, empezaba a reaccionar con más agresividad.

No había un detonante claro, pero las discusiones se volvían más intensas, más personales.

Coromoto ya no podía soportarlo, y el miedo de que William descubriera toda la verdad la mantenía atrapada en un ciclo de angustia constante.

Una tarde, mientras Coromoto volvía de una de sus visitas exprés  a casa de  Ángel, se encontró con Patricia en el pasillo del trabajo.

La mirada de su amiga era distinta, más preocupada.

Coromoto pudo ver el leve temblor en sus manos, el nerviosismo que la invadía. Sabía que algo estaba pasando.

—¿Qué sucede, Patricia? —le preguntó, sintiendo que la inquietud en su pecho se duplicaba al verla así.

Patricia suspiró profundamente antes de hablar. Su acento colombiano, que siempre había sido suave y calmado, sonaba ahora lleno de ansiedad.

—Coromoto, yo… Se los dije, sabia que William tarde o temprano se enteraría.

Recibí una nota donde me amenazan, y sé que fue William no tengo una prueba concreta, pero sé que fue él y tengo miedo, por mi ,por mi hijo allá en Colombia _ por favor cuídate, aléjate de Ángel .

No sabemos de lo que tu esposo podría ser capaz

Coromoto se sintió golpeada por esas palabras. El peso de la verdad, de todo lo que había estado callando, se hizo aún más grande.

—Patricia, ¿Cómo es qué?… —dijo Coromoto con voz quebrada sin poder terminar la pregunta.

No podía creer,  lo que su amiga le estaba diciendo, aunque su corazón sabia era real  al escucharla—

Yo sé que todo esto es un lío. Pero no sé qué hacer… no quiero perderte, pero entiendo tus miedos.

Patricia la miró con una mezcla de miedo y preocupación, y finalmente asintió.

—No quiero ser parte de esto, Coromoto. No puedo. Ya se los dije hace un tiempo. No quiero que me involucren en algo tan peligroso —respondió.

El dolor se reflejó en los ojos de Coromoto, pero sabía que no podía hacer nada para calmar el miedo de su amiga.

La culpa que sentía ya era demasiada, y ahora, con la situación de Patricia, el peso de la presión parecía volverse aún más insoportable.

En los días siguientes, las cosas en casa empeoraron.

William se volvió más controlador, más agresivo. No necesitaba saber nada en concreto para hacer que Coromoto se sintiera culpable por cada paso que daba.

Le exigía más atención, más obediencia. Cada palabra, cada gesto, parecía cargado de un reproche silencioso.

Coromoto ya no podía hablar con él sin sentir la presión de estar atrapada en una red de mentiras.

Ángel, aunque siempre presente para ella, no podía ofrecerle las soluciones que tanto necesitaba. Cada encuentro se volvía más complicado, más riesgoso. Aunque el amor entre ellos seguía siendo intenso, las dudas de Coromoto sobre su futuro y la creciente violencia de William la mantenían en una constante tormenta emocional.

—¿Qué vamos a hacer? —le había preguntado Ángel en una de sus breves reuniones, mirándola con tristeza.

Coromoto le había respondido con un suspiro profundo, una mirada llena de dudas.

—No lo sé amor, no lo sé… cada día se hace más difícil.

William no me deja respirar.

Todo lo que quiero es salir de esta pesadilla, pero no sé cómo.

La relación entre Coromoto y Ángel seguía siendo un refugio, pero también era una prisión de la que no podía escapar. Mientras tanto, William, con su actitud cada vez más agresiva y su constante vigilancia, parecía acercarse a descubrir la verdad en cualquier momento.

Los días pasaban y la desesperanza se apoderaba poco a poco de su alma.

Finalmente, una tarde, mientras se encontraba sola en la casa, Coromoto se miró al espejo. Viéndose a sí misma, se dio cuenta de lo rota que estaba.

Su corazón, su mente, todo su ser, parecía desmoronarse a pedazos.

Sabía que algo tendría que cambiar, pero temía que, al hacerlo, podría perderlo todo: a Ángel, a sus hijos, su vida, su estabilidad.

El dilema seguía ahí, en su pecho, presionando más y más cada día.

¿Seguiría con la mentira, con la fachada, o enfrentaría finalmente la realidad, con todo lo que eso implicaba?

Lo único que Coromoto sabía con certeza era que el tiempo se agotaba, y que su vida, tal como la conocía,

estaba al borde del colapso

 

 

 

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