14.

El olor me golpeó antes de que la vista lo hiciera: una mezcla agria de ceniza mojada, óxido y el hedor dulce y enfermizo de algo muerto.

Alejandro estaba esperando junto a su coche. Era una obscenidad verlo allí, tan inmaculado con su traje oscuro, como un diamante sobre un montón de escoria.

— No me has dicho que tu ‘propiedad’ estaba tan… rústica, Amber,— comentó, con un tono que no era de desprecio, sino de una curiosidad peligrosa.

— Es una reliquia familiar. Una inversión de mi abuelo que mis padres, digamos, olvidaron,— respondí, mi voz sonando más firme de lo que me sentía.

Cruzamos el alambrado roto. El interior era peor que las fotos. Mucho peor.

La estructura era vasta, pero vacía. El fuego, años atrás, había respetado los muros principales, pero el techo se había desplomado en varias secciones, dejando entrar el cielo gris. El suelo estaba lleno de escombros y marcas de vandalismo. Las tuberías, las pocas que quedaban, habían sido arrancadas por el metal. No quedaba nada d
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