CAPÍTULO 71: LA MARCA DE LA SANGRE
Jacob
El beso todavía me arde en los labios cuando manejo de regreso a casa. No fue un beso largo, ni apasionado, apenas un roce que ella no supo —o no quiso— evitar frente a los niños. Pero fue suficiente para desarmar todas mis defensas. A pesar de todo lo que me ha dicho, a pesar de las veces que me ha rechazado, sé que todavía me ama. Lo vi en sus ojos cuando me respondió, aunque fuera por un instante. Y lo peor, lo que me mantiene apretando el volante hasta que los nudillos se me vuelven blancos, es que no puedo imaginar mi vida sin ella ni sin esos niños. Mis hijos.
Entro en la mansión y lo primero que escucho son los pasos medidos de Juliette en el pasillo. Sale a mi encuentro con el mismo aire perfecto de siempre: cabello planchado, ropa impecable, como si viviera en una sesión de fotos permanente. La miro y lo decido: no puedo seguir prolongando este error.
—Tenemos que hablar —le digo, directo.
Ella sonríe con un dejo de triunfo, como si es