Jacob
Salgo del edificio con la mejilla encendida y la boca todavía con el rastro de ella. No debería sonreír, y sin embargo una curva me traiciona cuando enciendo el motor. La bofetada quemó; el beso, más. Lo que tendría que ser humillación se curva hacia un placer oscuro: Elena todavía reacciona a mí.
Conduzco hasta la mansión sin mirar el velocímetro. La casa me recibe con su silencio caro y vacío. En la mesa de la entrada, el móvil vibra y vibra con insistencia: Juliette, Sonya, Relaciones Públicas, otra vez Juliette. Las dejo en rojo. Me sirvo un vaso de agua y camino hasta la sala. Me siento, pero el cuerpo no se relaja. Vuelvo a ver sus dedos temblando cuando me empujó, el brillo en los ojos antes de la cachetada, el sonido diminuto de su respiración cuando mi mano le subió por la cintura. Cinco años y conozco cada cierre de su cuerpo.
No duermo. A las dos de la mañana ya he hecho tres llamadas y enviado cuatro correos. Hablo con el director del hospital que lleva el caso de Ro