CAPÍTULO 38: SANGRE EN SILENCIO
Jacob
Miro por la cristalera hasta que el avión se vuelve un punto y ese punto desaparece. No puedo mover las manos. Las tengo cerradas en puños desde que seguridad me apartó de la línea de embarque y me dejó con su sabor en la boca y su frase clavada como un anzuelo: este amor duele demasiado.
No sé qué demonios hice. No sé por qué crucé esa barrera y la besé como si cinco años no hubieran existido. Me gusta pensar que soy un hombre que decide, que controla y que nunca reacciona. Pero verla irse me dejó otra vez como ese idiota enamorado de veintitantos al que le quebraron el pecho sin pedir permiso.
Respiro por la nariz, lento, mientras todo en mi mente se vuelve un maldit0 caos. Mi madre, Juliette, la carrera, el consejo. Y, por encima de todo, los niños, esa pequeña de ojos grises y la enfermera diciendo “se parece a usted, pensé que eran sus hijos”.
Basta de negarme lo obvio.
Vuelvo al hospital y camino directo a laboratorio sin escuchar las objeci