Salvador
La mañana avanza con una lentitud irritante.
Han pasado ya cinco días desde que Beatriz pasó a nuestro bando, por suerte el abuelo no ha planeado más reuniones con inversionistas, aunque si he tenido que auntarlo a diario en la empresa.
Afuera, el cielo está gris, como si la ciudad estuviera conteniendo la respiración igual que nosotros.
Estoy en la cocina, con Alex sentado frente a mí, ambos revisando una serie de imágenes borrosas que descargamos anoche de la memorrio que nos entrego uno de los hombres de seguridad.
Tengo hombres ubicados en cada sitio que Beatriz mencionó, tomando fotos a todo, esperando que no solo Enzo aparezca, sino Joseph salga del hueco en el que debe estar.
El tipo que Beatriz identificó —el tal Enzo— aparece una vez, de espaldas, entrando en una cafetería, pero no se le ve la cara. Las demás grabaciones muestran calles vacías, entradas sin uso, pasillos donde no pasa nada.
Son los otros lugares, pero no ha ido ahí.
—Es como si supiera dónde no mira