Monstruo

Aidan

Despierto.

La sangre gotea de mi cuerpo, un río rojo y negro que mancha la tierra verde y pulsante del claro. Las espadas invisibles me han atravesado, cada una un filo de dolor que me clava al suelo, y mi respiración es un jadeo roto, mi visión un borrón de luz y sombra. La presencia de la reina me aplasta, un peso que no puedo nombrar, como si el mismísimo cielo se hubiera derrumbado sobre mí. Los seres resplandecientes, con sus orejas puntiagudas y sus cuerpos de cristal líquido, forman un círculo a mi alrededor, sus armas brillando como ramas vivas. Pero ella, la reina, aún no la he visto. Solo siento su aura, un terror que me hace temblar, incluso mientras mi sangre se mezcla con la tierra.

Entonces, el aire cambia. Los seres se inclinan, sus cabezas bajas, y el murmullo cesa. Pasos ligeros, casi imperceptibles, resuenan en el claro, y las espadas invisibles se desvanecen, dejando mi cuerpo temblando, pero libre. Levanto la vista, y ahí está ella. La reina. Es alta, etérea
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