Hablaba como si fuera la cosa más normal del mundo. Como si ya estuviera acostumbrado a entrometerse en mi vida.
Y no tenía intenciones permitirlo.
—¿Qué interés tienes en mí? —pregunté con el ceño fruncido.
—¿En ti? —sonrió—. Me interesan muchas cosas de ti, pero ya te dije que no tendremos esta conversación en este momento.
—Vivo aquí —señalé.
—Lo sé —confirmó lo que pensaba.
Maldito insolente.
Sonrió, como si supiera que era lo que me estaba haciendo enojar. La brisa revolvió su cabello, mientras él metía sus manos en los bolsillos de su pantalón. Si lo hubiera visto en otra circunstancia, de seguro estaría babeando ante su presencia.
Porque era guapo. Nadie podría ni siquiera negarlo. Guapo, atrayente y enigmático. Como el peligro de cualquier mujer prudente.
Sus labios parecían invitar a cometer todo tipo de pecados. Sus ojos miraban con cierta lujuria, como si me estuvieran invitando a probarlo. Su cuerpo alto y esbelto se veía lo suficientemente definido, mientras que su traje se mantuvo pulcro e impecable.
Se veía tan fuera de mi liga.
Y a la vez se comportaba como si yo fuese exactamente lo que él estaba buscando.
—Que tengas buena noche, criaturita.
No se movió hasta que no me vio entrar. Era un ser de lo más peculiar. No estaba segura de cómo sentirme respecto a él.
Vampiros...
No, no era sencillo de procesar. ¿Acaso estuve soñando despierta todo el día? Eso tenía más sentido que los vampiros. Incluso tuviera sentido que me hubiera drogado en el bar que todo esto.
Apenas ingresé a mi hogar, o lo que quedaba de él, Justin me recibió con una mala mirada. Ni siquiera debería estar despierto, pero sabía que era imposible controlar sus instintos protectores. Debían rondar por las tres de la mañana y él tenía signos de llevar un buen tiempo despierto.
Sus ojeras me preocupaban. Si yo no dormía, parecía que él dormía menos que eso.
De seguro estaba preocupado por mi salud. No debí escaparme hacia el trabajo apenas se descuidó. No quería poner más peso sobre sus hombros, pero ya era demasiado tarde como para corregirlo.
—¿Quién era él? —interrogó.
Alguien no perdía el tiempo... Ni siquiera me saludó, demasiado ocupado viendo por la ventana a Donovan, quien seguía allí. Como si pudiera observarnos, levantó la mano en una despedida y comenzó a caminar calle abajo.
—No lo sé —admití—. Nadie importante.
Quizás.
—Te acompañó hasta aquí... ¿Amigo o enemigo?
Esa era la pregunta clave para saber si acabábamos de conocer a una persona potencialmente peligrosa. Lo inventamos para que los niños pudieran decirnos si alguien peligroso había ingresado en la casa a causa de nuestro padre.
Amigo. Variaba desde alguien que ya conocían, a simplemente alguien que pareciera inofensivo.
Y por supuesto, enemigo era todo lo contrario. Si era alguien que no habían visto nunca y que les dio mala espina.
Estuve tentada, pensando seriamente cuál término declararlo, sin embargo, apenas abrí la boca, la palabra que salió fue...
—Amigo.
Bueno, eso esperaba al menos.
Me sentí mejor apenas desperté. Incluso logré levantarme mucho antes que los mocosos. Hice el desayuno, moviendo mis caderas al ritmo de una música que solo habitaba en mi cabeza.
Lancé los huevos al sartén con un movimiento experto, mientras a mi lado se tostaban los panes blancos.
The red Stone era mi banda favorita, por lo que las canciones me las sabía de memoria. Podía reproducirlas en mi cabeza sin siquiera esforzarme. Y bailarlas sin perder ni un solo tempo.
—Alguien está de buen humor —escuché la voz ronca de mi padre.
Inmediatamente me detuve, congelada en mi lugar. Mi respiración falló un segundo, incluso estuve a punto de dejar caer el plato que limpiaba.
Pero me recompuse con velocidad, haciendo una mueca al ver su aspecto descuidado.
Mi padre...
No era un mal hombre, o al menos eso pensaba. La bebida lo absorbió, la enfermedad de nuestra madre acabó con él. No era ni la sombra de lo que antes era.
El hombre amable desapareció, dejando atrás a aquella sombra que no se duchaba en días, con una barba descuidada, ojos caídos y siempre rojos. Su aspecto físico dejaba en claro su estado mental, como si ni siquiera se esforzara en disimular lo mal que se encontraba.
El padre amable y atento de mi infancia desapareció delante de mis ojos en una cuestión de meses.
Fue doloroso tener que ser yo quien apoyara a los pequeños que no entendían que sucedía, mientras hasta yo me encontraba intentando procesar todos los cambios que vinieron tan repentinamente. La madre que veíamos cada día enfermó y ahora debíamos limitarnos a verla una vez a la semana, el padre que nos cuidaba poco a poco dejó de prestarnos atención, dejándonos solos y a la deriva.
El dinero comenzó a escasear. Incluso tuvimos un par de días de hambruna. Días horribles y oscuros en lo que intentaba no pensar demasiado. Entonces la jefa apareció, la amiga de mi madre se enteró de nuestra situación y no dudó en venir, ofreciéndome un trabajo en su librería. Sin embargo, los gastos de la clínica en la que nuestra madre vivía aumentaron y tuve que encontrar otro trabajo.
Renunciar a la escuela fue fácil.
Sobre todo, cuando recordaba los rumores que pronto recorrieron los pasillos.
—No tenías que detenerte —murmuró por lo bajo, luciendo cansado y un poco arrepentido—. No estaré aquí mucho tiempo.
—¿Saldrás? —pregunté.
No, no me comunicaba demasiado con mi padre desde que se entregó a la bebida. Podría decirse que estaba resentida con él, pero tenía mis razones.
¿Cómo no sentir rencor? Si él se abandonó a sus deberes como padre, dejándome a mí toda la responsabilidad de tres niños no mucho menores que yo.
—Se acabaron las cervezas —se limitó a decir.
No, el dinero que yo conseguía no se iba a su bebida. Al menos eso le daba algunos puntos extras. Cuando las cervezas se acababan, él iba a una taberna a trabajar por todo un día. Su amigo era el dueño y aunque no estaba de acuerdo con su actitud, no se involucraba.
—¿Podrías traer algunos huevos para la cena? —pregunté, sintiéndome tensa.
—Claro, Juliette.
Accedió, sin decir una palabra más. Lo miré marcharse, ignorando la punzada en mi pecho. Odiaba que nuestra relación se rompiera, pero no veía forma de repararla tampoco.
Los niños se levantaron con el olor de la comida. Al menos el día prometía ser mejor que el anterior y eso ya me animaba un poco. Quería compensarles por el mal rato que les había hecho pasar el día anterior, por lo que les hice su desayuno favorito.
—Estás mejor —sonrió Julia, orgullosa—. Los mimos sí sirvieron, Jake.
—Sí, tengo a los mejores enfermeros del mundo —le di un beso en la frente a cada uno.
—Debes cuidarte más —rogó Jake, dejándome perpleja—. No me gusta verte mal.
—¡Ni a mí! —exclamó Julia.
Adorables, definitivamente adorables. Eran niños, pero no se les escapaba ni una. Si yo cuidaba de ellos, ellos cuidaban de mí. Así funcionábamos y era feliz de que así fuera.
—Me cuidaré —prometí.
Justin me miró con severidad, vigilándome. Sí, mi hermano menor era de lo más protector. Yo me había encargado de nuestras necesidades materiales, pero Justin intentaba cuidar nuestras necesidades emocionales. A veces me burlaba de él, bromeando sobre su instinto materno.
Pero nadie podría imaginar lo agradecida que me encontraba con él. Si yo trabajaba todo el día lejos de casa, alguien debía cuidar de los niños. Y él cumplía ese papel mejor de lo que nadie podría.
Sabía perfectamente que no salía de casa nunca. No pasaba el rato con amigos. No tenía salidas para él solo.
Todo lo que él sacrificó y todo lo que se esforzaba por cuidarnos en casa.
—¡Hoy es viernes y nuestros cuerpos lo saben! —exclamé, dando una palmada—. Ya falta poco para las vacaciones, quiero ver esas notas lo más pronto posible. Si son buenas, incluso podremos ir por helado.
Cuando estaba con mis hermanos, intentaba lucir más animada de lo que en realidad era. Con ellos, una parte de mi personalidad brotaba. Además, comer helado era algo grande entre nosotros, ya que pocas veces podíamos darnos ese lujo. Además, estando con ellos pude al menos olvidar un rato todo el tema de los vampiros.
No quería tener nada que ver con todo aquello, al menos no por hoy. Me sentía de buen humor y quería mantenerlo.
Como si hubieran leído mi mente, lo primero que vi al abrir la puerta fue el pálido rostro de un vampiro insolente.
Mi sonrisa se borró al verlo, aunque mi corazón se aceleró en contra de mi voluntad, latiendo como si acabara de correr la gran maratón.
—Hola —saludó Donovan, apareciendo repentinamente frente a la puerta de entrada, justo cuando estábamos por salir.
De hecho, mis hermanos lo hubiesen visto de no ser porque Julia había perdido su lapicero favorito y los hombrecillos de la casa la ayudaban a buscarlo.
Fruncí el ceño de inmediato, mientras intentaba adaptarme al impacto de verlo tan cerca y a plena luz del día.
Su rostro parecía esculpido, con facciones finas y una mandíbula cuadrada muy marcada. Sus ojos eran increíblemente oscuros, casi no podía distinguir sus pupilas. Llevaba el cabello peinado hacia atrás, o al menos eso parecía, pues estaba un poco despeinado.
Usaba ropa casual. Unos jeans que parecían nuevos y una camiseta negra, con unas botas que lo hacían lucir intimidante.
Como si el simple hecho de ser un vampiro no fuera lo suficientemente intimidante.
—¿Qué m****a haces aquí? —escupí.
—Vengo a acompañarte el día de hoy —sonrió burlón—. Puedes incluso considerarme tu vampiro escolta.
—No te atrevas a involucrarte con mis hermanos —susurré, intentando lucir amenazante.
—No lo haré. Solo quería avisarte que estaría por aquí, ya sabes. Te protejo.
—No necesito tu protección.
—Eso es lo que crees.
—¿Juliette? ¿Todo bien? —preguntó tras de mi Justin.
Cuando volteé hacia él, un poco asustada por ser descubierta, noté que Donovan había desparecido tan rápido como llegó. Al menos cumplió con su palabra, alejándose antes de que alguno de ellos lo notara.
No sabía cómo terminaría lidiando con un vampiro acosador. ¿Acaso planeaba seguirme todo el día? ¿Qué demonios le ocurría?
Dejé a mis hermanos en sus respectivas clases, asegurándome que todo estuviera bien antes de dirigirme a mí trabajo. Al parecer, se habían preocupado mucho el día anterior, por lo que todos fueron efusivos en su despedida.
Caminé por las calles, mientras mi mente daba vueltas. Un hombre me miró de arriba a abajo, sonriéndome con descaro. El acoso callejero era parte de mi día a día, sobre todo desde que trabajaba en el bar.
—¿Y ahora a dónde vamos? —No me sorprendió escuchar la voz ronca de Donovan detrás de mí, al instante.
Por alguna razón desconocida, podía saber exactamente el lugar donde se encontraba. Se mantuvo a una distancia considerable mientras me encontraba junto a mis hermanos, respetando mi decisión. Sin embargo, apenas comencé a caminar en dirección a la librería, apareció a mi lado, espantando al hombre que miró hacia otro lado.
—¿Serás un dolor en el culo por mucho tiempo?
Fingió pensarlo durante un instante, para posteriormente esbozar una sonrisa socarrona.
Había algo en él...
Enigmático, esa era una excelente palabra para definirlo. Se veía como todo un chico malo, con una actitud como si el mundo fuera suyo.
Como si yo fuera suya.
—Solo intento protegerte.
—¿De qué?
—De mi especie —se encogió de hombros—. Resulta que tienes la sangre más deliciosa en todo el mundo, así que es posible que algunos se rebelen para beber de ella.
¿La sangre más deliciosa del mundo? ¿Eso era literal o figurativamente?
—¿Al igual que hiciste tú? —escupí con amargura.
No, no iba a dejar pasar ese hecho, por más que apenas pudiera recordar con exactitud lo que había pasado esa noche.
—Soy el único que tiene derecho —habló con seriedad, dejando atrás aquel aspecto desinteresado.
Lo sabía. Sabía que solo se trataba de una fachada, de un muro para mantener alejado a las personas.
Podía reconocerlo con facilidad, puesto que yo también tenía uno.
—Nadie tiene derecho a atacarme.
—¿Atacarte? —preguntó con una sonrisa—. No es un ataque si lo disfrutaste tanto.
—¿Qué?
—Sí, querida Julieta. Las mordidas de los vampiros son afrodisíacas, incluso mejor que tener un orgasmo —confesó con una sonrisa socarrona—. Tu y yo tuvimos un interesante momento feliz hace unas noches.
¿Qué m****a?