—¿Qué? —exclamé, llena de incredulidad.
Por un segundo llegué a pensar que escuché mal, pero luego entendí que Donovan hablaba muy en serio.
No lo había notado antes, quizás porque siempre estaba demasiado metida en mis propios problemas, pero Donovan era increíblemente sobre protector. Debí suponer que algún as bajo la manga debía tener.
Lo subestimé.
Por supuesto que él ya tenía un plan. El hecho de que a mí me sorprendiera era lo verdaderamente absurdo.
—No existía manera en que te dejara ir ahí, sin protección. Aunque no tienes que molestarte, sólo tendré que ir un par de horas al día, tres días a la semana —confesó—. Soy el instructor de los rojitos.
Instructor de los rojitos mis nalgas, pensé con amargura. ¿Cómo era que había convencido a Elliot de que esto era una buena idea? Porque Donovan podía ser muchas cosas, pero no me lo imaginaba como profesor.
Debí imaginar que se saldría con la suya de alguna manera. Era tan obvio que no iba a librarme de Donovan con tanta facilidad.