Volteé hacia donde me señalaba, pero no encontré a nadie. A menos que se refiriera al señor Andrés, aquel anciano que solía venir una vez a la semana a la librería como un cliente regular.
—¿Eh? Parece que ya se fue —dedujo.
La miré con extrañeza. No era la primera vez que intentaba hacer de casamentera. El chico de la esquina seguro intuyó sus intenciones, por lo que escapó antes de que fuera demasiado tarde.
—Quizás estás imaginando cosas —bromeé.
—Si me imaginara a un hombre guapo viniendo a la librería, créeme que no fantasearía con que te lo quedarás tú —devolvió, recuperando su buen humor.
Al salir de la librería, fui directa a buscar a mis hermanos. Justin podía encargarse, pero yo prefería llevarlos y traerlos. No me gustaba que salieran solos, no con tanto peligro habitando en las calles.
—Juls, estás mal —fue lo primero que me dijo apenas me vio.
—Solo necesito descansar un poco más —le sonreí.
Jake y Julia iban delante de nosotros, riendo ante algún chiste que alguno de los dijo, ajenos a todo el peso que cargábamos en nuestras espaldas. Sin embargo, cuando menos me lo esperaba, Jake volteó hacia nosotros con una mueca preocupada, como si estuviera asegurándose de que estaba caminando tras él.
Jake había comenzado a notar algunas cosas. Lo veía mirarme de reojo de vez en cuando, como si quisiera preguntarme algo y no se atreviera. Me miraba con atención cuando yo le ofrecía parte de mi plato a cualquiera de ellos, cuando llegaba agotada después de un largo día de trabajo.
Sí, era posible que estuviera comenzando a preocuparse por nuestra situación. A pesar de ser un niño, era muy astuto. Por más que quisiera, era imposible mantenerlo en la oscuridad para siempre.
Apenas llegamos a la casa, me derretí sobre el sofá. Observé en las esquinas nuevas botellas y me prometí limpiar antes de que mis hermanos pudieran verlo, pero por el momento necesitaba descansar un poco.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Julia sonriéndome con ternura.
—No lo sé —fingí pensarlo un segundo—. Quizás con muchos mimos y abrazos me sienta mejor.
Saltó sobre mí sin dudarlo. Llenó mi rostro de tiernos besos, sus brazos me rodearon el cuello. Reí cuando Jake se unió, mimándome. Su sesión de mimos terminó con una guerra de cosquillas entre todos, incluyendo al amargado de Justin.
Sí, tenía los mejores hermanos del mundo.
Los amaba con mi vida. Estaba dispuesta a renunciar a todo, con tal de que ellos fueran felices. Los adoraba y ellos a mí. Incluso si el mundo se derrumbaba, no importaba si ellos estaban conmigo, si ellos podían reír por mis cosquillas o darme tiernos besos cuando me sentía mal.
Era capaz de hacer todo por ellos, porque sabía que ellos harían lo mismo por mí si pudieran.
Justin se negaba a dejarme ir al bar esta noche, sin embargo, logré escabullirme apenas se distrajo. No quería preocuparlo, pero en serio necesitábamos el dinero.
Con urgencia.
En mi mente solo veía números rojos. Así que fui rápida al cambiar mi ropa y colocar una sonrisa amable, mientras atendía a tantos clientes como podía. Era mi turno de mesera, por lo que debía moverme de aquí para allá. Me sentía un poco mareada, pero me adapté al cambio de luces y la música estridente, llevando diferentes bebidas en mis temblorosas manos, temerosa de que alguna se cayera y me la descontaran.
Fue a media noche, justo cuando mi cuerpo comenzaba a desfallecer, que lo vi.
Ahí, en una de las mesas del bar se encontraba un joven con el cabello oscuro, con ropa que se veía de lujo. El traje resaltaba entre la apariencia descuidada de los demás clientes. Las chicas que trabajaban junto a mí intentaban llamar su atención, pero él las ignoraba con facilidad.
¿Guapo? Esa palabra quedaba corta a su lado.
Atrayente, enigmático. Tenía un aura de peligro y misterio que hizo suspirar a más de una. No podía observarlo con claridad, pero ahí estaba.
Sintiéndome extrañamente atraída hacia él.
Estaba sentado en mi zona, así que fui a atenderlo. Mis piernas se tambaleaban a cada uno de mis pasos, el agotamiento pasaba factura y aún quedaban horas para mi salida. Apretando los labios, intentando contenerme, llegué hasta dónde él se encontraba. Le dediqué una sonrisa fingida, mientras detallaba un poco más sus afiladas facciones.
Sus ojos no perdieron detalle de cada uno de mis movimientos, poniéndome más nerviosa de lo que ya me encontraba.
—Buenas noches, señor. ¿Desea alguna bebida?
—Deseo... Sí, deseo muchas cosas —exclamó con voz ronca.
Su voz tuvo un efecto anormal en mí. Temblaba, aunque no podía entender la razón. ¿Quién era este hombre y por qué causaba esas cosas en mí?
Había sentido atracción por personas antes, pero nada se comparaba con lo que estaba sintiendo. Quería llevarlo a un sitio con mejor iluminación para verlo bien. O quizás a un sitio más oscuro y dejarme llevar por la intensa atracción que provocaba en mí.
—¿Sí? —tartamudeé. Y yo no era la clase de chica que tartamudeaba.
—¿Cuál es tu nombre? — preguntó en cambio
Me sentí en la obligación de responder, aunque normalmente evitaba perder el tiempo hablando con clientes.
—Juliette.
—Juliette —probó. Sonrió, como si le hubiera gustado como sonaba en sus labios—. ¿Dónde está tu Romeo?
Sacudí la cabeza. No me sentía bien y solo rezaba para que el tiempo pasara rápido. Me sentí tambalear, por lo que me aferré a la silla. Eso llamó su atención, por lo que se acercó a mí en tan solo un parpadeo.
—¿Estás bien? —en cuestión de segundos me tenía agarrada de la cintura, ayudándome a estabilizarme.
Aproveché la cercanía para observar sus ojos. Brillando por lo bajo como dos rubíes. Rojos, rojos como la sangre. Inmediatamente los recuerdos volvieron a mí.
Anoche. Ataque. Vampiro. Sangre. Golpes.
Grité, alejándome. Sus brazos me abandonaron al instante, por lo que casi caigo al suelo. No podía entender que pasaba, pero estaba aterrorizada. ¿Qué rayos había ocurrido? Recordaba con claridad sus ojos, tan peculiares. ¿Cómo podría olvidarlos?
No pareció sorprenderse de mi reacción. Alejó las manos en un gesto inocente, pero yo di otro paso atrás. Los guardias pudieron sus ojos en mí, vigilando que todo estuviera en orden.
No lo estaba.
¿Quién era este hombre? ¿Qué había ocurrido? Miles de preguntas inundaban mi mente, mientras mi corazón latía desenfrenado en mi pecho.
—Juliette, estás sangrando.
Maldición. Si lo que creía era cierto, entonces estaba sangrando frente a un vampiro. Recordaba con claridad la sensación de sus colmillos en mi cuello, a pesar de no recordar más de allá.
Llevé una mano hacia mi cuello por instinto. El desconocido no lucía en absoluto desconcertado, aunque sí se veía ligeramente angustiado. Como si su preocupación fuera genuina.
—¿Es normal que sangres? —preguntó en voz baja.
Negué con la cabeza, aterrada.
Era una chica fuerte, capaz de sacar adelante a mi familia. ¿Pero un vampiro? No. Eso iba más allá de mí. Más allá de cualquiera.
Quería huir, pero algo me dijo que no podría dar más de tres pasos antes de que él me alcanzara.
¿Me veía como su presa? Segundos atrás no parecía tener problema con que me viera como a un bocadillo, pero eso cambiaba si agregábamos vampiros a la ecuación.
—Respira, criaturita —se mofó—. No pienso hacerte daño.
No le creía.
Todo me dio vueltas, incluso llegué a ver puntos negros en mi campo de visión. No podía desmayarme en medio del trabajo y quedar en las manos de un desconocido.
Sus manos me atajaron con facilidad. Se movía demasiado rápido, apenas y había captado el movimiento. Me dejó en una silla, quizás conocedor de que intentaría escapar si volvía a tocarme.
—Ya, eso está mejor —sonrió.
Mis alertas sonaron. Necesitaba alejarme, y necesitaba hacerlo ya. El pánico no me dejaba pensar con claridad, pero mi cuerpo parecía saber lo que necesitaba.
—Debo volver al trabajo —murmuré, haciendo el amago de levantarme.
Lo vi fruncir el ceño, luciendo aterrador. Sus ojos ya no se veían rojos, sino negros. Al parecer podía cambiar su apariencia a voluntad.
Vampiros.
Rick parecía querer venir a mi rescate, pero le hice una seña para que se quedara en su lugar. En caso de que estuviera en peligro, no quería agregar a más potenciales víctimas.
¿Por qué m****a siempre me pasaban cosas tan anormales? ¿No tenía permitido tener una vida común y normal?
—Estás mal. Ni siquiera deberías ser capaz de poder moverte. Eres fuerte, Juliette, pero no eres de piedra. Lo mejor será que te acompañe a casa y descanses —ofreció su mano para ayudarme a levantar.
Aparté su mano en un gesto desdeñoso. ¿Quién se creía que era? ¡Acababa de conocerlo, me atacó y ahora se atrevía a darme órdenes! Ni en sueños.
—No sé quién m****a eres y no me interesa. No puedes venir aquí a ordenarme. No me conoces, no sabes nada de mí. Métete en tus malditos asuntos y nunca vuelvas a aparecer frente a mí. ¿Quedó claro? —vociferé hacia él.
—Boca sucia —sonrió burlón—. No tengo problema en lidiar con una chica boca sucia, pero quiero señalar que lejos de quitarte el encanto, te cede más.
Rodé los ojos, comenzando a caminar hacia la barra. Mi cuerpo sufría las consecuencias de mis movimientos, sin embargo, no me quejé. Necesitaba la distancia. Y una siesta.
Durante toda la noche, el desconocido se mantuvo observándome a la distancia. parecía atento a todo lo que hacía, a las personas que se acercaban a mí.
Apartó de un manotazo a un borracho que intentó tocarme el culo y lo vi luciendo feroz cuando alguien me gritó.
Me sentía aterrada con su presencia.
Y a la vez, era como si me sintiera más segura al ver que estaba a mi lado.