Capítulo 2

Apresuré el paso, comenzando a asustarme. ¿Qué demonios? Eso no podía ser una buena señal.

Tenía en mi mano un gas pimienta que una de las chicas del bar me regaló apenas comencé a trabajar. Al principio me parecía estúpido cargar un gas pimienta encima cada vez que terminábamos de trabajar, pero conforme los días pasaron, lo entendí cada vez más.

—Es para tu seguridad —lo colocó con firmeza en mi mano—. Aquí debe estar cada vez que termines el turno. No lo olvides.

Y nunca lo olvidé.

Creía en la seriedad de sus palabras. Sobre todo, después de dos semanas, donde uno de los borrachos intentó arrastrarme al callejón detrás del bar. Por suerte para mí, le había hecho caso.

El gas pimienta me había hecho daño a mí también, pero al menos tuve la oportunidad de escapar a salvo a mi casa. Luego de eso aprendí a usarlo, intentando minimizar al máximo los efectos contrarios.

Cuando vives en un pueblo sin leyes, el deber de protegerte caía por completo en tus hombros. ¿Policías? ¿Representantes de la seguridad? Más bien ladrones con uniforme. No se podía confiar en nadie.

Por esa razón, cada vez que me cambiaba en el vestidor del bar, salía con aquel aparato en mi mano. Lo aferraba con firmeza, sin titubeos.

No era una zona segura. Bastaba con abrir un periódico local para enterarse de las horribles noticias que nos azotaban noche tras noche.

—No corras, hermosa —se escuchaba más cerca, haciendo que mi corazón diera un vuelco—. Aunque la sangre sabe mejor luego de un poco de ejercicio.

No voltees, me repetí una y otra vez mentalmente.

La voz era aterradora. Posiblemente se tratara de algún loco. Aunque también podía tratarse de alguien pasado de copas. No tenía por qué ser alguien peligroso.

¿Cierto?

Podía ver mi casa, justo en la esquina. Estaba cerca, no tenía por qué ocurrir algo. Solo debía contar mis pasos, regular mi respiración y en el peor de los casos, prepararme para un ataque. Me concentré en escuchar cada sonido proveniente de mi seguidor, con la vista baja, intentando medir cuánto tiempo le tomaría llegar hasta mí.

Justo entonces choqué contra alguien, haciéndome trastabillar. Apenas fui capaz de dar un par de pasos hacia atrás cuando escuché su risa.

¿Cómo rayos había logrado alcanzarme tan rápido? ¡Hacía solo unos segundos estaba tras de mí!

Eso no era nada normal.

—Oh, querida. ¿De verdad crees que te dejaré llegar a tu casa? Tengo tres noches vigilándote, no podrás escapar.

No lo pensé dos veces. Levanté con firmeza el gas pimienta, rociándolo en sus ojos. El hombre gritó ante el repentino ataque, pero no pude disfrutar su sufrimiento. Comencé a correr en dirección contraria, intentando avanzar hasta el bar.

No podía llegar a la casa. Si lo que él decía era cierto, llegar a mi hogar solo implicaría poner en riesgo la vida de mis hermanos. Entonces esperaría en el bar a que amaneciera. Incluso podría decirle a Rick que le diera una paliza al acosador, si es que aún no se había marchado.

Con largas zancadas y a una gran velocidad, moví todo mi cuerpo hacia adelante. En mi mente solo rodaba la necesidad de ponerme a salvo, mi instinto gritando que me encontraba en gran peligro.

No llegué demasiado lejos.

Fue cuestión de segundos. En un instante corría hacia mi salvación y al otro estaba besando el pavimento.

El golpe provocó que me mordiera los labios, hasta el punto de hacerme sangrar.

Y yo odiaba la sangre.

Podía sentir el sabor a óxido inundar mi boca, provocando que escupiera hacia el suelo. El dolor en mi mandíbula me aturdió, por lo que me tomó un par de segundos darme cuenta de lo que había pasado.

No me había caído.

Aquel hombre me había empujado hacia el suelo sin ningún tipo de cuidados o remordimientos.

Mi atacante subió por mi espalda, inmovilizándome contra el pavimento. Sus piernas se encontraban a cada lado de mi cintura, mientras con sus brazos se aferraba a los míos con fuerza, provocando un dolor que no planeaba hacerle saber.

No dejé de moverme y luchar, sin importar cuánto lastimaba mis brazos con su fuerte agarre, ignorando el roce del duro suelo contra mi piel.

—Salvaje... Tal y cómo me gusta.

—Quítate de encima, maldita escoria —escupí.

Pareció sorprenderse ante mi arrebato. No era precisamente una dama, mucho menos una damisela en peligro. No me importaba el dolor, sabía que no tenía tiempo para lamentarme.

Estaba en peligro y tenía que hacer lo que hiciera falta para lograr salvarme.

—Esa boquita...

—Maldición, quítate —luché para darme la vuelta, sin lograrlo.

Estaba comenzando a desesperarme. El dolor y el pánico inundaban mi mente, mientras intentaba zafarme de su apretado agarre.

—Tienes buen cuerpo, lo admito —sentí su mirada recorrerme, produciéndome asco—. Una buena presa.

—Tu abuela en tanga.

Se me escapó un jadeo cuando me levantó y dejó caer al suelo de nuevo. El aire se escapó de mis pulmones, al igual que algunas lágrimas de mis ojos. Tardé algunos segundos en procesar lo que había ocurrido.

Dolía, dolía mucho.

—Así te ves más bonita —río—. Ahora, sé buena chica y déjame beber tu sangre.

—¿Beber mi sangre? ¿Qué te crees que eres? ¿Un vampiro? —sentí la sangre correr por mi nariz.

Ah, maldita condición. No podía alterarme sin que mi nariz sangrara. Podía sentir los latidos de mi corazón contra mis oídos, mientras las lágrimas quemaban en mis ojos. Comencé a temer por mi vida, por la seguridad de mis hermanos. Incluso me imaginé el titular en las noticias.

Escuché la risa de aquel tipo, justo antes de sentir sus labios en mi cuello.

—Oh, has acertado.

¿Eso eran colmillos?

Mi corazón se aceleró un poco más, dejándome mareada. No. Debía ser mi imaginación. Los vampiros no existían, claro que no.

Sentí mi fin acercarse. No sabía si era por el instinto o mi simple temor, pero en ese momento supe que mi vida se encontraba en peligro.

Cerré los ojos con fuerza, justo antes de sentir un ligero pinchazo sobre mi cuello. No duró tanto como creía, diría que incluso fue accidental. Lo próximo que supe es que no sentía la dura presión de aquel tipo en mi espalda.

¿Qué m****a había ocurrido ahora?

Cuando miré a mi alrededor, había un tipo masacrando a golpes a mi atacante. ¿Alguien me había salvado? No me lo podía creer. Lo veía y no lo creía.

En esta ciudad pasaban las cosas más desagradables frente a los ojos de todo el mundo, pero nadie se involucraba. ¿La violación a una niña de quince años? Eso no era nuestro asunto. ¿El asesinato de un padre de familia? Seguro que se lo buscó.

Nadie intentaba ayudar al otro. Nadie se molestaba en aparentar ser bueno, a menos que fuera por interés.

¿Mi salvador? Posiblemente también tuviera un interés propio.

—¡No vuelvas a tocarle ni un solo cabello! —escuché.

Fruncí el ceño al escuchar su voz. Era baja, un poco ronca. Me recordó al sonido de una serpiente, suave, pero amenazante.

¿A qué se refería con eso?

Lo que más me extrañaba era que mi atacante no intentó defenderse ni una sola vez. Se mantuvo quieto y sin quejarse, sin replicar, sin intentar frenar los golpes de aquel extraño que parecía estar de mi lado.

—Oye, vas a matarlo —indiqué cuando vi que seguía golpeándolo.

No es que me interesara. El maldito se merecía la golpiza, pero no quería que un asesinato quedara en mi consciencia.

Intenté levantarme del suelo, pero las piernas me fallaron dejándome nuevamente en mi sitio. Hice una rápida observación a mi cuerpo, notando todos los rapones y pequeñas heridas que me había hecho al intentar luchar.

Mis rodillas sangraban, por mi barbilla caían las gotas de sangre que provenían de mi boca y nariz. Mi sudadera favorita estaba hecha jirones, pero al menos mis botas seguían intactas.

—Créeme, no morirá —soltó burlón, dejando el cuerpo inerte sobre la acera.

Bueno, a mí me parecía que sí.

—Uhm, gracias —dije dudosa.

Me encontraba sentada en la acera, por lo que él me ayudó a levantarme. Sus manos eran grandes, un poco frías y llenas de sangre. No podía ver sus ojos, ni su expresión. No podía verlo en absoluto. Era una borrosa sombra, por más que podía notar que era alto y delgado, pero con unos buenos músculos.

Usaba un traje que de seguro costaba más que mi sueldo. Alguien así era poco usual en este lugar, donde solo abundaban las escorias de la sociedad.

—No me agradezcas —murmuró, acercándose un poco.

No tuve miedo. Por alguna razón que no entendía, solo sentía un pinchazo de nerviosismo, pero no intenté huir.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, noté un par de ojos carmesí brillar. Su mirada parecía querer devorarme entera. Y yo le devolví la mirada, intentando descifrar su comportamiento.

—¿Qué haces? —titubeé—. Aléjate de mí.

—Perdóname.

Y entonces sentí su mordida sobre mi cuello.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP