Capítulo 1

—¡Julieta, ven aquí! —gritó con furia aquel aterrador hombre.

No, mi nombre no era Julieta. ¿Acaso le importaba? No. Solo les interesaba mi cuerpo, mis servicios.

Bueno, eso podría fácilmente malinterpretarse. No era una prostituta, tampoco una bailarina erótica.

Era solo una camarera en un bar de mala muerte. Mi trabajo era bastante sencillo, servir bebidas, evitar hombres potencialmente peligrosos y limpiar el bar luego de que todos se marcharan. No podía negar que algunas accedían a cierto tipo de servicios un poco menos ortodoxos, sin embargo, no era lo usual en este lugar. A pesar de todo, era un sitio un poco respetable.

El dueño era un machista charlatán, pero no nos obligaba a vendernos ni mucho menos. Incluso podría decir que intentaba cuidarnos, aunque no de la manera en la que uno esperaba. Era el tipo de persona que, si te veía en peligro, te llamaba con ese horrible tono de voz aterrador, como si estuvieras en graves problemas. Eso ayudaba a espantar a la mayoría, por extraño que pareciera. Intentaba socorrerte, pero mientras te dirigías hacia él, de seguro que podías pasar un mal momento.

No me caía mal. Era un hombre de negocios que intentaba surgir en una horrible ciudad. Además, técnicamente me había hecho un favor al aceptar que trabajara aquí.

Tuve que decir que tenía diecinueve años para poder trabajar aquí, cuando la realidad era que solo tenía diecisiete años, cercana a la mayoría de edad, pero no lo suficiente. Muy joven para la cantidad de cosas que había visto. Y aunque mi mentira y mi identificación falsas parecían ser bastantes convincentes, podía notar en su mirada que no me creía del todo. Quizás fue un error colocar que tenía veinte, pero eso era la edad mínima para poder ingresar al bar. Por eso siempre mantenía mi guardia en alto, esperando que en algún momento me dijera que ya no podía seguir trabajando y que recogiera mis cosas.

Atender a los borrachos siempre era desagradable, pero tenía que morderme la lengua de vez en cuando para no dejar mostrar todo el mal genio que en mí habitaba. Después de todo, las propinas que solían dejar eran más generosas mientras más alcoholizados se encontraban.

Y si yo lanzaba un par de sonrisas, ellos terminaban lanzando un par de billetes.

Ser camarera en un lugar como este no era sencillo. Las personas olían asqueroso, siempre había alguien queriendo propasarse contigo debido al corto uniforme que estábamos obligadas a usar. Aprender a hacer bebidas no era algo que tuviera como objetivo, pero debido a que nos rotaban, todas debimos aprender de todo un poco. Pero no todo era tan malo. La paga era buena y el horario era flexible, las únicas razones por las que seguía en este lugar.

Le di una mala mirada al borracho. Se había enfadado porque rechacé su tentadora oferta. Me repugnaba de solo verlo. El cabello hacía rato que lo había abandonado, sus dientes amarillos y torcidos delataban la mala vida que llevaba, cerrando con una barriga a la que solía llamar "La cervecera".

Era un cliente habitual.

Y habitualmente me hacía pasar un mal rato. Por eso no me sorprendió que insistiera en pagar por pasar una noche conmigo. Después de todo, no era la primera vez.

Me iría en vómito de solo pensarlo.

—¡Julieta! —me tomó del cabello cuando comencé a caminar de vuelta a la barra, ignorándolo.

El movimiento casi me hace derramar las copas que llevaba en la bandeja, pero logré salvarla al último instante. Si alguna de estas bebidas se derramaba, sería yo quien tuviera que descontarlas de mi sueldo.

Me quejé por lo bajo cuando su jalón comenzó a lastimarme. Pasé mi mirada por el lugar, solo para encontrar que todos los demás desviaron la mirada, como si no fuera asunto suyo.

Incluyendo a mis compañeras de trabajo.

Estuve a segundos de dejarme llevar, tomar la copa de la bandeja y estampársela con fuerza en el rostro. No me importaría el precio a pagar.

Sin embargo, no hizo falta que perdiera parte de mi sueldo solo por un borracho abusivo, pues uno de los guardias se acercó rápidamente, atestándole un puñetazo que lo mandó al suelo, liberando mi cabello.

Trastabillé ante el cambio, por lo que me envolvió de la cintura con un brazo, ayudándome a estabilizarme.

—Gracias, Rick —lo miré con agradecimiento por intervenir.

—No es nada, Juls.

Rick era uno de las pocas personas con las que podía comunicarme. Era un guardia de seguridad del bar, tan alto y fortachón que podía llegar a aterrar. Sin embargo, bastó con conversar un poco con él para saber que era un chico dulce que intentaba ayudar a su padre con el dinero para la casa.

Y yo me sentí identificada con él. Por eso y solo por eso, podía considerarlo un amigo. No uno muy cercano, pero sí lo suficiente como para haber compartido una que otra cerveza después de una jornada de trabajo.

Tenía que mantener mi fachada de chica grande, después de todo.

Sacudí la cadera al ritmo de la música, mientras me enfocaba en repartir las bebidas correctas a las personas correctas. Esquivé a uno de los embriagados con naturalidad, mientras en mi mente calculaba cuánto dinero quedaba para esta semana.

Mordí mi labio antes de darme cuenta, notando que estaba en números rojos, de nuevo.

Tendría que doblar algunos turnos si seguía así, aunque eso implicara perder mis valiosas horas de sueño.

Seguí trabajando hasta que se hicieron las tres de la mañana. Me quedaba una hora más tarde de lo usual para limpiar las mesas y terminar de despachar a los que apenas se podían mover.

—¡Adiós, Juliette! —se despidió una de mis compañeras. Ni siquiera recordaba su nombre.

¿Anna? ¿Hannah? ¿Banana? No estaba segura.

No tenía mucho tiempo trabajando en el bar. Un par de meses y una semana ¿Me costó adaptarme? No tanto como esperaba. Después de todo, había pasado por trabajos mucho peores que este, por una paga mucho menor.

Un padre alcohólico, una madre en el hospital, tres hermanos menores a los que alimentar.

Soportar un mal trabajo no era nada comparado a mi situación en casa.

Salí de aquel bar despidiéndome con la mano de las personas que quedaban. Era una chica callada, al menos así solían llamarme mis compañeras. No me gustaba hablar si no era necesario.

Odiaba tener que fingir ante los demás que mi vida no era una m****a. Así que evitaba relacionarme mucho con las personas a mi alrededor. Era más sencillo así. Nadie preguntaba cosas de las que no querían respuestas y yo no me obligaba a mí misma a fingir que todo estaba bien.

La noche era tan oscura, sin siquiera la luz de la luna para iluminar el camino. Vivía a pocas calles, pero igual podía ser aterrador caminar sin ser consciente de los depredadores de la noche.

Cada día era la misma tortura. A veces, cuando mi estado de ánimo era un poco más depresivo de lo usual, temía que esa fuera la última vez en la que pudiera salir a salvo del trabajo. Temía desaparecer y dejar abandonados a mis hermanos menores, quienes esperaban noche tras noche por mi regreso.

No sería la primera víctima de feminicidio en esta ciudad.

Acomodé la capucha sobre mi cabeza, intentando pasar desapercibida. Lo mejor era caminar con rapidez y sin titubeos. Mis jeans desgastados y mis zapatillas blancas demostraban que no cargaba nada de valor encima, una medida de supervivencia que me vi obligada a adoptar.

Las personas con ropas llamativas solían ser víctimas de robo, por simple estadística.

Una pareja pasó por mi lado, riendo de algo que yo no podría entender. Por un momento los miré, sintiendo algo parecido a la envidia. ¿Cuáles serían sus problemas? ¿Decidir dónde beber el próximo fin de semana? ¿Cuál trago probaran primero? ¿Ir a un bar o mejor ir a discoteca? O quizás...

Quizás sus vidas fueran tan jodidas como la mía.

Era tan difícil adivinarlo.

Las personas siempre callaban. Era más sencillo utilizar una máscara que decir aquello que nos dolía. Todos ocultábamos algo, algo tan doloroso que nunca podríamos decirlo en voz alta sin quebrarnos.

Y era más sencillo sonreír. Fingir que nada pasaba.

Todos lo habíamos hecho alguna vez. Quien lo negara, solo estaría mintiendo.

Escuché pasos detrás de mí. Fruncí el ceño ante el mal presentimiento que se instaló en mi pecho. ¿Se trataba de alguna prostituta, un ladrón? Tal vez alguien que regresaba a casa luego de una larga jornada de trabajo.

—Sangre fresca —escuché murmurar.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App