Un segundo disparo cortó el aire como un latigazo.
Valeria dio un respingo en el asiento, con el corazón golpeándole las costillas. Las manos le temblaban tanto que apenas podía sostener el volante. Respiraba entrecortado, cada inhalación un esfuerzo consciente para no desmoronarse.
—Noah... —susurró, con la voz quebrada.
Quería salir corriendo, entrar al almacén, buscarlo, pero sus piernas no respondían. El terror la mantenía clavada al asiento. ¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si el disparo...?
No. No podía pensar en eso.
Se llevó una mano temblorosa a la frente, tratando de ordenar sus pensamientos. Tienes que hacer algo.
Pero ¿qué? ¿Llamar a Amirah? Buscó su teléfono con desesperación, las manos torpes, cuando de pronto la puerta del conductor se abrió de golpe.
Valeria gritó, girándose de inmediato.
Un hombre vestido de negro, con chaleco antibalas y auricular en la oreja, la miró con expresión seria pero controlada.
—Señorita Sarli, venga conmigo. Ahora.
Ella lo reconoció vagam