Noah respiró hondo, pasando una mano por su cabello, como si intentara apartar el cansancio que lo hundía desde hacía semanas. La mirada de Valeria estaba rota; no era solo furia, era desilusión, un dolor que él mismo había provocado.
—Te voy a explicar todo, Valeria —dijo con voz baja, casi suplicante—. Pero primero necesitas calmarte. Si quieres, te llevo a una habitación a descansar y…
—Noah, quiero saber por qué. Ahora. —Lo interrumpió, la voz temblando, pero sin ceder—. No me pidas paciencia cuando llevo horas sintiendo que me arrancaste la vida de las manos.
El silencio fue denso, casi insoportable. Noah tragó saliva, los hombros rígidos, incapaz de acercarse a ella.
Nico dio un paso al frente, percibiendo que aquello podía quebrarse en cualquier momento.
—Entiendo cómo te sientes, Valeria —dijo con calma, pero firme—. Y puedes estar segura de algo, todo esto tiene una explicación. Se cometieron errores… y te arrastraron a esto. Pero pronto se solucionará.
—¿Pronto se solucionar