Los días siguientes se convirtieron en una prueba de resistencia.
Para Valeria, la remodelación avanzaba, pero los contratiempos parecían multiplicarse sin razón.
Para Noah, cada jornada era un peso nuevo en la conciencia: cada sonrisa de Valeria, cada gesto de confianza, se transformaba en un recordatorio doloroso de la traición que estaba cometiendo a sus espaldas.
Y para Angélica, era el escenario perfecto para desplegar su juego sucio.
Noah estaba sentado en el borde de un andamio, los brazos cubiertos de polvo, cuando Angélica apareció en tacones, como si la obra fuera una pasarela.
—Te tengo otra tarea, Noah —dijo con esa sonrisa venenosa que siempre ocultaba un reto—. Esta vez, cambia las órdenes de pintura. Que lleguen en el tono 28-B, no en el 28-A. Nadie lo va a notar hasta que ya esté en las paredes.
Noah apretó los dientes.
—¿No crees que es demasiado evidente?
—Tú solo hazlo —susurró, inclinándose más de lo necesario. El roce de su perfume lo envolvió. —Déjame recordart