Noah aún la sostenía dentro de su abrazo cuando, sin soltarla, se incorporó en la cama y se apoyó contra el espaldar. La acomodó sobre él, con las piernas de Valeria rodeando su cintura, como si no pudiera permitirse la distancia.
Ella se dejó llevar, aun temblando ligeramente, con la frente apoyada en la curva de su cuello, los latidos de ambos resonando al unísono.
—Eso fue… diferente —murmuró ella, alzando el rostro para mirarlo, con una mezcla de asombro y vulnerabilidad—. Fue tan intenso que me da miedo.
Noah acarició su espalda despacio, incapaz de dejar de besarle la frente, los labios, la mandíbula, como si quisiera grabarla en su piel.
—Es lo que tú me haces sentir, Valeria… —su voz salió ronca, casi confesión—. Y aunque quisiera darte certezas, no tengo nada seguro para ofrecerte.
Ella tragó saliva, sintiendo cómo las palabras le llegaban demasiado hondo. Apoyó la cabeza en su hombro de nuevo.
—Y por eso mismo me da miedo lo que siento —admitió, casi en un susurro.
Se queda