Teyon alzó una mano.
Y el bosque se rompió en chillidos.
Las dos criaturas que lo acompañaban, deformes y con maná corrompido goteando por las manos, avanzaron como sombras vivientes. Los árboles parecían inclinarse para evitarlas, y la misma niebla empezó a reptar otra vez desde el Umbral.
Kaor se transformó sin reservas.
No parcial. No controlado.
Bestia.
Su cuerpo estalló en músculos, garras, colmillos. Sus ojos ardían como soles dorados. El rugido que brotó de su pecho no era solo rabia: era promesa.
—¡Nadie toca lo que es mío!
Saltó hacia la criatura más cercana con una velocidad imposible, estrellándola contra un árbol que crujió y se partió al medio. Ailén quiso correr hacia él, ayudar… pero el segundo monstruo ya venía hacia ella.
Fue instinto. Miedo. Furia.
Las raíces del suelo se levantaron como látigos.
Una enredadera gruesa se alzó y empujó a la criatura lejos de ella justo antes de que su mano pudiera alcanzarla. La energía que brotó del suelo era verde brillante, viva, a