El amanecer comenzaba a teñir el cielo con tonos suaves, como si el mundo intentara olvidar por un instante la oscuridad que lo rondaba. Pero en el interior de Ailén, algo no dejaba de moverse. Un susurro constante, como un eco olvidado, llamåndola. No con palabras, sino con sensaciones que le erizaban la piel. Una certeza que pesaba mås que la razón.
Sus pies la llevaron hasta el lago sin que ella lo decidiera conscientemente. Era como si algo, muy antiguo, muy profundo, la arrastrara desde adentro.
El agua estaba quieta. No habĂa brisa, ni pĂĄjaros. Todo parecĂa suspendido en el tiempo.
Se arrodillĂł junto a la orilla. El reflejo que la miraba no era del todo suyo. Por un segundo, los ojos que la observaban desde la superficie eran dorados, intensos. El cabello era mĂĄs largo, mĂĄs pĂĄlido, casi blanco. La piel brillaba como si la luna misma la hubiera bendecido.
El nombre la golpeĂł como un trueno:
Thariel.
Y el mundo se quebrĂł a su alrededor.
El aire olĂa a incienso y fuego. Thariel ava