El camino hacia el sur era estrecho y envuelto por neblina.
No habĂa senderos marcados, ni aldeas en el mapa. Solo un susurro repetido por el bosque: âLa garganta de los cantoresâ. Un lugar olvidado donde aĂșn vivĂan quienes una vez fueron guardianes del equilibrio entre los clanes.
AilĂ©n lo habĂa leĂdo en un texto antiguo, medio quemado, escondido entre las pĂĄginas del libro que le entregĂł Kaor semanas atrĂĄs. AllĂ mencionaban que cuando la RaĂz despierte, solo la Voz de los Ancestros podrĂĄ guiarla.
Kaor no discutió el viaje. Pero Ailén lo notaba diferente.
MĂĄs callado. MĂĄs distante.
Y cada noche, su marca se extendĂa un poco mĂĄs.
âÂżTienes fiebre? âle preguntĂł mientras acampaban junto a un arroyo.
âNo. Estoy bien.
MentĂa.
Kaor tenĂa la piel mĂĄs caliente de lo normal. Sus ojos, al anochecer, brillaban con un tono casi rojizo. Y en sus sueños murmuraba palabras que AilĂ©n no comprendĂa.
Una noche, despertĂł bruscamente con un rugido.
Sus garras estaban fuera. Sus pupilas⊠no eran suyas.
Ai