CAPÍTULO — Donde la Familia se Agranda y el Hogar se Ilumina
(Punto de vista de Ayden Castel)
La tarde llegó despacito, tibia, como si supiera que ese día tenía que tratarse con delicadeza. Apenas terminó la jornada —mucho más temprano de lo habitual, porque yo no pensaba dejar a Milagros en la oficina ni un minuto de más— la llevé del brazo hasta el auto y nos dirigimos a la casa de mis abuelos Castel.
—Ayden… me gusta que me cuides, pero sos pesado —dijo ella riéndose—. No me canses, por favor.
—No prometo nada —le respondí, abrazándola para besarla antes de subir al auto.
Milagros viajaba en silencio, sonriendo cada tanto sin darse cuenta. Yo la observaba de reojo… y no podía creer mi suerte. Dos bebés. Una mujer como ella. Una segunda oportunidad para hacer todo bien.
Mi corazón era un tambor inquieto.
Cuando estacioné frente a la casa de mis abuelos, Milagros respiró hondo. Yo apreté su mano.
—¿Nerviosa? —pregunté.
—Un poquito… siempre me dio ternura cómo te hablan tus ab