CAPÍTULO — Donde el Destino se Multiplica
(Punto de vista de Ayden Castel)
Había algo en ese día que se sentía distinto. Como si el aire tuviera un brillo propio, como si Dios hubiese decidido abrir una ventana solo para nosotros. Caminábamos por el pasillo del hospital, de la mano, y yo no podía desprenderme de la sensación de que estaba viviendo uno de esos momentos que marcan un antes y un después.
Cuando llegamos al consultorio de la doctora Ángela, allí estaban ellos:
mis padrinos.
Guillermo Medina y Lili.
Guillermo —mi padrino, el psicólogo más reconocido del país, el hombre que conocía más de mis miedos que yo mismo— dio dos pasos hacia mí y me envolvió en un abrazo que me dejó sin aire.
—Estoy orgulloso de vos, ahijado —me dijo con esa voz serena que siempre me devolvió al eje—. Sabía que ibas a encontrar tu mejor versión cuando fuera el momento. Y llegó.
Sentí que algo dentro mío se acomodaba al escucharlo.
Guillermo sabía todo: mis noches sin dormir extrañando a Mila