CAPÍTULO — FALTA UN MES
Los días siguientes al almuerzo en casa de Fabián Castell transcurrieron con una calma tan extraña que parecía prestada. Ayden cumplía cada cláusula del contrato con rigurosidad casi quirúrgica, como si en cada acción intentara demostrarle a Milagros —y al mundo entero— que ya no era el muchacho perdido que alguna vez fue. Llegaba temprano, trabajaba concentrado, evitaba provocaciones, mantenía la oficina impecable y, sin que nadie se lo pidiera, pasaba por la cafetería antes de entrar para llevarle a Milagros su café con leche exacto y un alfajor gigante de maicena, de esos con capas indecentes de dulce de leche que a ella tanto le gustaban cuando era adolescente.
A veces, además del café, aparecía una rosa rosada pálida.
El mismo color que ella admiraba, de niña, en el jardín de su abuela Isabel.
Milagros no entendía cómo era posible que él se acordara de detalles que ella había intentado borrar. Pero se acordaba. Y cada pequeño gesto, aunque ella intentar