Tras el almuerzo marcado por la tensión que provocó la aparición de Verónica, el ambiente dentro del coche fue recuperando poco a poco la calma. Lilian se sentaba en el asiento delantero, girándose de vez en cuando para asegurarse de que Gabriel y Aurora no se aburrieran durante el trayecto. Pero lejos de eso, los dos niños parecían encantados, riendo y jugando como si lo ocurrido en el restaurante no hubiera tenido la menor importancia.
—Papá, ¿esta tarde puedo volver a jugar con Gabriel? —preguntó Aurora, con los ojos brillantes.
Gabriel se apresuró a intervenir:
—Sí, mamá, yo también quiero ir a la casa de Aurora. ¿Podemos?
Lilian y Daryl cruzaron una mirada breve. Algo cálido se les instaló en el pecho al ver aquella complicidad infantil. Lilian esbozó una sonrisa suave y asintió:
—Ya veremos, cariño. Pero mamá te promete que lo intentará.
La respuesta arrancó un pequeño grito de júbilo en Gabriel, mientras Aurora aplaudía entusiasmada. Daryl, por su parte, soltó un suspiro alivia