El cielo de la tarde estaba cubierto de nubes. En la acera frente al edificio de apartamentos de Lilian, un hombre se encontraba de pie con una maleta a su lado. Su camisa blanca estaba arrugada, la corbata suelta, el cabello despeinado.
Era Carlos.
Alzó la vista hacia el balcón del piso donde vivía Lilian. Su corazón se sentía pesado, la garganta seca. Recordó los días en que Lilian aún era su esposa y parecían una familia feliz. Pero ahora, todo eso había desaparecido.
Carlos respiró hondo y caminó hacia el vestíbulo del edificio. El guardia lo miró con cierta sorpresa.
—Señor, ¿a dónde va? —preguntó.
—Vengo a ver a Lilian —respondió con voz ronca.
—¿A la señora Lilian? —El guardia vaciló un segundo—. Ella no suele recibir visitas sin cita previa.
—Soy su exesposo —dijo Carlos en voz baja, con una mirada fija, sin emoción.
El guardia asintió y, tras una breve confirmación por teléfono, le permitió pasar.
Unos minutos después, el ascensor se detuvo en el quinto piso. Carlos avanzó de