La atmósfera en la casa de Daryl aquella mañana seguía cargada de tensión. La fuerte discusión de la noche anterior había dejado heridas que aún flotaban en el aire. Alicia estaba sentada en la sala, con el rostro hinchado por el llanto y el cabello revuelto. Desde la madrugada no había dejado de pensar en cómo volver a acercarse a Daryl.
Cuando se escucharon los pasos de él desde el dormitorio, Alicia se levantó de inmediato. Intentó esbozar una sonrisa, aunque sus ojos seguían rojos.
—Daryl… he preparado el desayuno. Tal vez, si nos sentamos juntos, podamos—
—No hace falta. —Daryl la interrumpió bruscamente, sin mirarla. Tomó la chaqueta que colgaba de una silla, dispuesto a salir.
Alicia le sujetó del brazo.
—Por favor, no sigamos así. Sé que he cometido errores, pero aún puedo corregirlos. Podemos hablar tranquilamente.
Daryl se detuvo y la miró con frialdad.
—¿Hablar tranquilamente? ¿Después de todas tus mentiras? ¿De qué más quieres hablar? Ya perdiste tu oportunidad, Alicia, y