En la soledad de si habitación, Eva tomó un baño aprovechando que Augusto estaba profundamente dormido. Lleno su tina y sumergió su cansado cuerpo en el agua caliente, las lágrimas que había aguantado todo el camino comenzaron a brotar de manera silenciosa.
Una parte de Eva quería que Alejandro se quedara ahí, tal vez, solo tal vez si Alejandro se hubiera quedado, ella hubiera hecho lo mismo y hubiera visto qué pasaba a futuro, ya le había hecho una vez, podía hacerlo nuevamente, más tomando en cuenta cuánto su hijo necesitaría de su padre.
“Soñar no cuesta nada”, pensó la joven mujer. Alejandro seguía siendo el mismo, el tiempo no lo había cambiado, él solo pensaba en lo que lo hacía sentir bien, tal como en el pasado.
De pronto, recogió sus piernas y se abrazó, por primera vez en años se sintió sola. Hoy, en su propia casa, sintió el peso de la soledad, hoy, en su casa, sintió el miedo de haberse quedado sola.
Maximiliano vino a fungir como un excelente abuelo y como un padre present