6. ¿Celos?

Álvaro Duarte

Me levanté temprano esta mañana; hoy sería mi primer día trabajando en la empresa familiar. Para comenzar, tenía programada una reunión con mi padre, en la que me explicaría cuáles serían mis funciones. Claro, esperaba que fueran responsabilidades directivas, considerando que algún día la empresa sería mía, además de la experiencia que ya había ganado trabajando para empresas en el extranjero.

Mientras abrochaba los botones de mi camisa frente al espejo, no pude evitar sonreír al recordar la reacción de Emilia cuando le insinué si repetiría conmigo aquella noche. Su expresión de sorpresa y las mejillas ruborizadas habían sido un espectáculo en sí mismo.

Emilia era mi hermanastra, y aunque sabía que una relación sentimental entre nosotros no sería bien vista por nadie, no podía evitar pensar en la posibilidad de que algo casual pudiera volver a suceder. Algo discreto, un secreto solo nuestro.

Me mordí el labio mientras en mi mente dibujaba su figura esbelta, recordando los detalles de aquella noche. Era difícil no pensar en lo que se estaba perdiendo Esteban Cazares. Quizá no tenía intención de involucrarme emocionalmente con ella, pero el deseo seguía ahí, y saber que Esteban no la valoraba como debía solo hacía que la idea resultara más tentadora.

(….) 

Hola* Visita mi I* nancyrdzesc

Recordaba el edificio de la empresa exactamente igual que hace diez años. Nada había cambiado, ni siquiera el ambiente frío que siempre lo caracterizaba.

Lo primero que hice al llegar fue dirigirme a la oficina de mi padre.

—¿Se puede? —pregunté, mientras abría unos cuantos centímetros, la puerta.

—Claro, pasa, hijo —respondió con su típica voz.

Entré con las manos en los bolsillos, observando cada rincón de la oficina. Algún día, este lugar sería mío, y yo ocuparía el asiento en el que él estaba sentado ahora.

—Bonita oficina —comenté con ironía al tiempo que tomaba asiento frente a su escritorio.

Sin responder a mi sarcasmo, mi padre deslizó una carpeta amarilla hacia mí.

—Ten, léelo —ordenó, su tono dejaba claro que no aceptaría preguntas.

Abrí la carpeta sin decir nada. Las hojas en su interior detallaban un contrato: una propuesta de compra por diez años donde la otra parte se comprometía a ser cliente exclusivo de nuestra empresa. Levanté la vista para mirarlo, entrecerrando los ojos.

—¿Esto es lo que quieres que firme Ernesto Cazares? —pregunté con una ceja arqueada. Estaba claro que solo un ingenuo aceptaría un acuerdo tan unilateral.

Mi padre asintió, su sonrisa tenía un tinte oscuro, casi macabro.

—¿Qué te parece?

—La verdad, no creo que lo firme —respondí, señalando las cláusulas con un dedo. — Al analizarlo, está claro que los únicos que salen ganando somos nosotros. ¿De verdad crees que no se dará cuenta?

Mi padre soltó una carcajada seca.

—Claro que se dará cuenta, pero Ernesto es un hombre muy familiar. Haría cualquier cosa para mantener a su hijo contento, es su único hijo y heredero, le consiente todo lo que quiere. Y lo que su hijo quiere... es a nuestra Emilia.

Al escuchar eso, mi mandíbula se tensó.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Este año planeo comprometerla con Esteban. Es el negocio perfecto. Si Emilia llega a casarse con él, nuestro futuro estará asegurado.

Mis manos se cerraron en puños.

—¿Y qué te hace pensar que Emilia hará lo que quieres? —pregunté, incrédulo. Sabía por ella misma que estaba furiosa con Esteban por sus infidelidades. Incluso, tanto le molestaba la idea de estar con él que me entregó su virginidad solo para no dársela a él.

Mi padre me lanzó una mirada fría y calculadora.

—No lo creo, Álvaro. Estoy seguro de que lo hará.

Se levantó de su silla y caminó hasta una mesita donde tenía varias botellas de licor. Sirvió dos whiskies y me ofreció uno, guiñándome un ojo con complicidad.

—Emilia sabe que, si se niega, tengo el poder de impedir que vea a su padre. Además, tengo a Damiana de mi lado. Si algo se complica, ella sabrá cómo convencerla para que haga lo que queremos.

Dejé caer la carpeta amarilla sobre su escritorio con un golpe seco.

—Le prometí a Emilia que hablaría contigo para que la dejaras ver a su padre más seguido. Ella hará lo que le pidas, siempre que cumplas con eso. Así, todos salimos ganando —dije, endureciendo la voz.

Mi padre me observó con una mezcla de sorpresa y desconfianza.

—¿Desde cuándo tú y ella se llevan tan bien? —preguntó, entornando los ojos.

—Hemos hablado un par de veces. Creo que le agrado —mentí con un tono casual. —Nos conviene que confíe en mí. Así podré convencerla más fácilmente.

Mi padre asintió lentamente, con una sonrisa que me provocó un escalofrío.

—Muy bien, Álvaro. Puedes decirle que pensaré en el asunto de su padre... siempre y cuando haga lo que le pedimos.

Salí de la oficina de mi padre, cerrando la puerta detrás de él con un leve chasquido. Mi mandíbula estaba tan tensa que casi podía sentir los músculos palpitar. ¿Cómo podía ser tan frío, tan calculador? Pero lo que más me molestaba era que, en el fondo, sabía que tenía razón: Emilia terminaría cediendo.

La alfombra gruesa del pasillo amortiguaba el eco de mis pasos. Mientras caminaba hacia el ascensor, tratando de no darle más vueltas al asunto, me encontré de frente con un rostro conocido.

—¡Gael! —exclamé, sorprendido, deteniéndome justo frente a él.

Gael llevaba un portafolio bajo el brazo y una expresión despreocupada en el rostro. Era un hombre alto, de cabello oscuro y ojos vivaces que parecían siempre al borde de una broma.

—¡Álvaro! ¿Qué haces por aquí tan temprano? —preguntó Gael con una sonrisa mientras extendía la mano para un apretón.

—Primer día de trabajo. Ya sabes, papá tiene que asegurarse de que me meta de lleno en la empresa —respondí con una sonrisa ladeada, estrechándole la mano.

—Pues bienvenido al infierno —bromeó Gael, soltando una risa. —Yo ya llevo casi un año aquí, trabajando para tu viejo en Recursos Humanos. Me encargo de la parte legal de los empleados y también reviso contratos de compra y venta de material, te iba a dar la sorpresa la otra noche en el bar.

Le estreché la mano, dándole un abrazo feliz de verlo, dejando escapar una breve risa.

—¿Desde cuándo te interesó el papeleo, Gael? Siempre creí que tu destino eran los deportes extremos y las fiestas interminables.

—Y yo siempre pensé que nunca me vería trabajando para tu padre, así que aquí estamos, sorprendiendo al mundo. —Gael hizo un ademán exagerado, como si fuera una revelación cósmica. —Hablando de fiestas, ¿qué pasó la otra noche? ¿Por qué cancelaste nuestra cita en el bar?

Solté una breve carcajada, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Digamos que... conocí a alguien —confesé, al menos ya no cargaría con este secreto que me estaba carcomiendo por dentro.

Gael arqueó una ceja y me lanzó una mirada juguetona.

—¡Ah, lo sabía! —exclamó, cruzándose de brazos con una sonrisa traviesa. A ver, ¿puedo saber quién es esa afortunada?

—No puedo decirte eso, al menos no por ahora. —respondí en un suspiro.

—¿Qué es esto, Álvaro? ¿Desde cuándo guardamos secretos? Soy el único amigo que conservas desde el instituto, nunca perdimos contacto y siempre te he hablado de mis conquistas.

—Lo sé, eres mi único amigo en La Capital, pero no por eso tienes que saber quién es… solo te diré que fue una de las mejores noches que he tenido en mi vida — respondí, burlón.

Gael me miró con los ojos entrecerrados, como si me estuviera evaluando.

—¡Eso sí que es un dato interesante! Hasta podría apostar que te has enamorado a primera vista de esa chica viendo como sonríes y te sonrojas al pensar en ella.

Solté una risa seca y sacudí la cabeza.

—No es amor a primera vista, en todo caso sería a segunda vis… olvídalo… —demasiado tarde me di cuenta de que estaba hablando de más, era la manera de ser de Gael que me daba tanta confianza contarle mis cosas.

—¿Segunda vista? —Gael frunció el ceño, intrigado.

—Digamos que ya la había visto antes, hace muchos años... Pero no es amor. —negué con la cabeza. —Es atracción, pura atracción.

— Mmm... — Gael ladeó la cabeza y me lanzó una sonrisa traviesa. —Claro, "atracción". Lo que digas, campeón. Pero por cómo te brillan los ojos al hablar de ella, me atrevo a decir que esto es más de lo que quieres admitir.

No respondí de inmediato. La imagen de Emilia apareció en mi mente: su cabello rojizo, su mirada decidida, la forma en que su cuerpo reaccionaba al mío. Apreté la mandíbula y deseché el pensamiento.

—Te estás imaginando cosas, Gael —respondí de manera seca y con enfado, más enfadado conmigo que con él.

—Si tú lo dices. —Gael alzó las manos, fingiendo rendirse. —Bueno, cuando decidas revelar quién es, espero ser el primero en saberlo.

—Tal vez algún día —respondí antes de darle una palmada en el hombro 

—Álvaro Duarte... cayendo en las redes del amor. Quién lo hubiera pensado y en su primer día de vuelta en La Capital…

Lo vi alejarse, moviendo la cabeza con una sonrisa burlona.

"¿Amor?", pensé, frunciendo el ceño. No. Definitivamente no es amor. Es... otra cosa. Algo que aún no sé cómo manejar. Pero no amor.

Respiré hondo, tratando de convencerme de mis propias palabras, y continué mi camino.

El resto de la mañana transcurrió lentamente. Me dediqué a instalarme en mi nueva oficina y a revisar documentos, pero no lograba concentrarme del todo. Desde que pase la noche con Emilia, había algo en ella que no me dejaba tranquilo. Sentía una extraña empatía por lo que estaba viviendo. Sabía que su relación con Esteban Cazares era una pieza clave para los planes de mi padre, pero pensar en verla besando al mocoso heredero de los Cazares me incomodaba más de lo que quería admitir.

Cuando el reloj marcó la una de la tarde, recordé que Emilia salía de clases en unos treinta minutos. Decidí ir por ella a la universidad, aprovechando que por ahora estaba tomando el autobús. Sin embargo, al llegar, la escena que vi me tomó por sorpresa- Emilia estaba sentada bajo el mismo árbol de ayer, platicando con Esteban. Sus risas eran tan naturales que algo dentro de mí se retorció.

Sin pensarlo demasiado, toqué el claxon un par de veces. Cuando Emilia me vio, su sonrisa se desvaneció ligeramente. Se despidió de Esteban con un beso en la mejilla y caminó rápidamente hacia mi auto. Salí de él, rodeándolo para abrir la puerta del copiloto, mientras fulminaba a Esteban con la mirada. Él me devolvió el gesto, sus ojos reflejando un desprecio equivalente.

—¿Cómo fue hoy tu día? —pregunté mientras arrancaba el auto, intentando sonar despreocupado.

Emilia abrazaba su mochila contra las piernas, su expresión un tanto tensa.

—Bien —respondió tras un breve silencio. —Me reconcilié con Esteban. ¿Y el tuyo?

Su tono era tranquilo. Apreté el volante con más fuerza de la necesaria y forcé una sonrisa cargada de sarcasmo.

—Todo de acuerdo al plan —dije secamente, sin despegar la vista del camino.

Noté que jugueteaba con sus dedos, como si buscara algo más que decir. Finalmente, giró la cabeza hacia mí.

—Álvaro... yo siento algo por Esteban, es lindo y me trata bien… — Su confesión fue casi un susurro, pero lo sentí como un golpe directo al estómago.

El agarre de mis manos en el volante se hizo más fuerte, hasta que los nudillos se me pusieron blancos.

—Qué bien —espeté, forzando una media sonrisa cargada de ironía. —Eso te facilita las cosas.

Por dentro, sin embargo, sentía una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar. ¿Eran celos? Me negaba a aceptarlo. Era imposible.

El resto del trayecto lo pasé en silencio, evitando mirarla o hablarle. Necesitaba ordenar mis pensamientos, no dejarme llevar por impulsos. Había muchas mujeres en el mundo, ¿por qué estaba fijándome precisamente en ella? Y además, ella era mi hermanastra. Esto no tenía sentido.

Cuando llegamos a casa, Emilia abrió la puerta con cuidado y me miró por un instante.

—Gracias por traerme, Álvaro —dijo antes de subir rápidamente las escaleras hacia su habitación.

Me quedé observando cómo desaparecía por el pasillo, cuando noté que Mara me estaba mirando desde la sala de estar, su expresión estaba cargada de curiosidad. Caminé hacia donde estaba y me senté a su lado en el sofá.

—¿Pasa algo, Mara? —le pregunté, escrutando su rostro en busca de una respuesta.

Se encogió de hombros con aparente indiferencia, pero su tono decía otra cosa.

—Desde que llegaste, pasas mucho tiempo con Emilia. He notado cómo la miras.

Suspiré, tratando de mantener la calma.

—Busco lo mejor para nuestra familia. Emilia es la clave para que lo consigamos — respondí con frialdad, usando un tono tan falso que incluso a mí me sonó poco convincente.

Mara me observó por un momento, sus ojos estudiándome con cautela.

—Eso espero, Álvaro. No querrás salir quemado.

Su comentario encendió una chispa de irritación en mí.

—¿Qué estás insinuando, Mara? —solté, mi tono algo más severo de lo que pretendía.

—Nada —se apresuró a decir, poniéndose de pie rápidamente. Salió del salón sin darme oportunidad de responder.

Me quedé solo, pensando en sus palabras. Mara me conocía bien, estudiaba psicología y era alguien muy inteligente. Si tenía razón, necesitaba ser mucho más cuidadoso. No podía permitir que mi comportamiento arruinara los planes de mi padre.

En los días siguientes, decidí mantener mi distancia de Emilia. Apenas habíamos cruzado palabra, aunque la veía cada mañana durante el desayuno. Era inevitable notar cómo había cambiado, sus ojos brillaban de una manera diferente, y su buen humor era evidente. Parecía que la reconciliación con Esteban le estaba sentando bien.

Sin embargo, por mi parte, sentía como si estuviera desmoronándome por dentro. Esto no puede seguir así, pensé mientras intentaba convencerme de que todo era solo una etapa pasajera. Pero algo en mi interior me decía que estaba equivocado.

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