37. Enloquecido
Esteban Cazares
La ciudad tenía una forma extraña de recordarte lo que perdiste. Era como si cada calle, cada reflejo en los escaparates, cada maldito anuncio con parejas sonrientes, se burlara de mí. De lo que tuve. De lo que dejé ir… o de lo que me arrebataron.
Emilia.
Maldita sea…
Aparqué frente a la boutique con los cristales polarizados, después de haber seguido al auto luego de salir de la mansión de Catalina Ramos. Desde aquí tenía una vista perfecta. Disimulada. Peligrosamente cómoda. La boutique era más grande de lo que imaginaba. Parecía un maldito palacio vestido de blanco y cristal. ¿Qué hacía Emilia en un lugar como este?
Y entonces la vi.
Dios mío.
Lucía más hermosa que nunca. Su cabello suelto, con esos mechones rojizos danzando con el viento. Esa sonrisa. Esa calma. Iba cargando a su hijo.
Pero no estaba sola.
Gabriela apareció gritando su nombre. Después Catalina, y más tarde otras mujeres. Todas reían. Emilia lloraba… de felicidad. Esa felicidad que me negó. Que me