38. No se casarán
Emilia Díaz
La mesa estaba lista, decorada con flores silvestres en jarrones de barro y platos de cerámica que me recordaban al estilo del campo. Polita se había esmerado tanto como yo.
Estábamos todos reunidos en torno a la mesa larga de madera. Catalina, siempre tan elegante, charlaba con Polita sobre el menú; Ernesto Cazares observaba todo desde su lugar, sin mucho qué decir, como si aún se sintiera fuera de lugar.
Pero Álvaro... él parecía otro. Caminaba de un lado a otro con esa energía nerviosa que rara vez mostraba. Sonreía sin motivo, se peinaba el cabello con los dedos, y miraba hacia la puerta como si esperara un milagro.
—¿Estás bien? —le pregunté mientras me acercaba con el bebé en brazos.
—Van a llegar en cualquier momento —me dijo—. No los veo desde hace meses.
Solté una risa. Estaba tan tierno.
Y como si el universo lo hubiese escuchado, el timbre sonó.
Álvaro fue el primero en llegar a la puerta. Yo lo seguí con la mirada desde el umbral del jardín mientras caminábam