13. Adiós Montenegro
Christa Bauer
Apenas llegué a la casa de Margarita, bajé de Rayo. Sentía casi como si el pecho me fuera a explotar; mis músculos no tenían fuerzas, estaba deshecha.
—¡Margarita! —dije en un hilo de voz, tocando con fuerza la puerta.
Minutos después, apareció y, al verme, me invitó a entrar sin decir una palabra. Me desplomé en una silla. Las lágrimas se desbordaron, y ella me miró con preocupación.
—¡Christa! ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras así? —preguntó, preocupada.
Yo no podía ni hablar.
Mi amiga trató de tranquilizarme. Respiré profundo varias veces, hasta que finalmente pude dar unos pasos al interior de su casa.
—Mi hermano… —dije—. Mi hermano está muerto.
—Christa… lo siento —me abrazó y me sentó en el borde de su cama para que le explicara qué había pasado.
Entre lágrimas le dije:
—No puedo creerlo. No puedo regresar al rancho.
Negué con la cabeza.
—Fred insistió en que huyera. Antes de morir, me pidió que me fuera lejos… y que nunca más regresara.
—¿Crees que te estaba protegien