12. La vida no podía ser más injusta
Christa Bauer
Los días siguientes al funeral de papá fueron muy oscuros. Me la pasaba encerrada en mi habitación. Greta y Marcelo se mudaron a la casona de mis padres junto con mi sobrino. Mi madre me prohibió salir del rancho; dijo que estaba enterada de mis andanzas con Margarita y que me olvidara de seguir viéndola.
Estaba triste, deprimida. Mis ojos ardían y mi corazón estaba deshecho. Pasaba muchas horas mirando la tarjeta que Santiago me había dado; ya hasta me sabía su dirección de memoria, de tantas veces que la había leído.
En medio del encierro, se me ocurrió la loca idea de huir a la capital y buscarlo. Pero no podía. Era mi último año de bachillerato y necesitaba terminarlo. Le prometí a papá que algún día yo me encargaría del rancho, y planeaba cumplir mi palabra. Aunque ahora parecía más difícil que nunca: Marcelo se creía el dueño de todo, como si el rancho siempre le hubiera pertenecido. Pero ese poder sólo mamá se lo había concedido. Ella confiaba en él ciegamente… ta