Horas después, Katherine aún no podía dejar de mirar su vientre.
—¿Cómo voy a volver... con un cachorro dentro? —susurró para sí misma desesperada.
Ni siquiera lo había procesado bien.
El silencio de la habitación era sepulcral. El eco de sus palabras pareció más fuerte que su propia voz.
Se abrazó a sí misma, sentada en el borde de la cama, con el cuerpo tembloroso. Sus pensamientos eran un torbellino que no podía detener.
El futuro, su tiempo, Cassian, la marca... el cachorro.
Todo se le venía encima como una ola que no dejaba de golpearla.
Cuando Lyanna entró con la comida, Katherine apenas levantó la vista. Pero al ver el rostro amable de la hembra, se quebró.
Necesitaba hablar con alguien o se volvería loca.
—Lyanna... —murmuró.
—¿Qué pasa, Luna? —preguntó en voz baja, dejando la bandeja cerca—. ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame a la cur...?
La hembra se calló abruptamente cuando ella tomó sus manos, Katherine tardó unos segundos en hablar y luego, simplemente lo dijo, como si