—¿Zakia? —rugió, con la voz rota de furia y miedo—. ¡¿Alexandra?!
Si alguien las había tocado...
El sonido de pasos lo sacó de sus pensamientos asesinos y entonces las vio salir detrás de la sombra de un árbol.
Zakia apareció primero con el rostro bañado en lágrimas, pero no porque le hubieran hecho daño, sino por la angustia de todo lo que estaba sucediendo en ese instante.
Detrás de ella estaba Alexandra, con la postura completamente tensa, mirándolo con urgencia para asegurarse de qué estaba bien.
Ambas estaban ilesas.
Alessandro se detuvo en seco y por fin, suspiró con alivio.
—Zakia... —su voz se quebró en un susurro feroz que temblaba entre el alivio y la incredulidad—. ¿Qué... hiciste?
Zakia no retrocedió, soltó un sollozo.
A pesar de lo buena que era luchando al igual que su hija, cuando Alessandro se enteró que Cassian estaba infiltrándose en su manada hizo que sus hombres las sacaran para protegerlas y enviarlas al Noroeste.
—Te traje aquí —respondió temblorosa—. Era la únic