Que nadie la toque

La noche estaba callada.

Solo el sonido del viento azotaba la ventana. Katherine tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de Cassian y el ritmo pausado de su respiración le resultaba tan hipnótico que por un momento creyó que el tiempo se había detenido.

El calor de su cuerpo la envolvía. Bajo su mejilla podía sentir los latidos firmes, constantes, como si cada uno marcara una frontera que no debía cruzar. Y sin embargo, ya la había cruzado.

Su mano se movió sin pensar, delineando con la yema de los dedos la línea de su cuello, la forma de su mandíbula, el rastro casi invisible de una cicatriz antigua.

Cassian dormía o al menos eso parecía. En reposo era otra criatura, no el Alfa que dominaba a todos, sino un hombre que respiraba en silencio, sin máscaras.

Katherine lo observó largo rato y el pensamiento que había evitado durante días finalmente la alcanzó con una claridad dolorosa.

Lo amaba.

No entendía cómo había sucedido tan rápido, ni cuándo pero temía perderlo. Era absurdo, peligro
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