Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl amanecer estaba frío y silencioso cuando bajé hacia el patio central. El entrenamiento del día anterior había dejado mi cuerpo agotado, aunque por fuera no quedara ni un rastro. Mi brazo estaba perfecto. Como cada vez que algo dentro de mí decidía repararme sin preguntar.
Intenté no pensarlo.
Kael estaba revisando informes cerca de la entrada. Su postura tensa se suavizó apenas cuando me vio, como si mi presencia derritiera una capa de hielo que él mismo no sabía llevar encima.
—Llegas temprano —comentó, cruzándose de brazos.
—No podía dormir.
Asintió, aunque su mirada se deslizó hacia mi brazo de manera involuntaria. No lo tocó, pero lo observó con esa mezcla de curiosidad y preocupación que ya conocía.
—No deberías forzarlo después de lo que pasó ayer —murmuró.
—Estoy bien, Kael.
Parecía tener algo más para decirme, pero una voz cargada de energía rompió el silencio.
—¡Lía!
Me giré justo a tiempo para ver llegar a Dalan, casi corriendo. Alto, fuerte, con esa sonrisa cálida que arrastraba años de recuerdos. Antes de que pudiera reaccionar, me atrapó en un abrazo apretado, levantándome del suelo por un segundo.
—No puedo creerlo —rió contra mi cabello—. ¡De verdad eras tú!
Reí, incapaz de evitarlo. Su alegría era contagiosa, y lo rodeé con mis brazos con fuerza.
—Pensé que estabas lejos. Que tu manada no volvería por aquí.
—Nos trasladaron a reforzar la frontera. Pero cuando escuché tu nombre… bueno, digamos que me adelanté un poco —respondió, todavía sonriendo.
Me sostuvo por los hombros, examinándome como si quisiera recuperar años de golpe.
Detrás de mí, el aire se tensó. Un silencio pesado, afilado. Kael no dijo nada, pero no necesitaba hacerlo. Su mirada sobre la mano de Dalan en mi hombro era casi un gruñido contenido.
Dalan finalmente lo notó.
—Alfa Kael, ¿cierto? —dijo con tono respetuoso—. Un honor.
Kael inclinó apenas la cabeza, sin apartar la vista de mí.
—Lo mismo.
La tensión era evidente. Intenté suavizarla.
—Dalan fue mi mejor amigo cuando vivía con la otra manada —expliqué.
—Ah —respondió Kael, con un tono que no ayudaba en lo absoluto.
Dalan, siempre despreocupado, sonrió.
—Podría llevarla a ver el bosque más tarde. Ella siempre amó los…
—Molesta —interrumpió Kael, seco como una hoja rota.
Me quedé helada. Dalan levantó una ceja, divertido.
—Bueno… lo tomo como un “no por ahora”.
Kael ni se movió.
Y entonces, como si la mañana necesitara más presión, un perfume dulce invadió el aire.
—Qué escena tan interesante para comenzar el día.
Serena apareció caminando con pasos elegantes, casi felinos. Sus ojos recorrieron el triángulo entre Dalan, Kael y yo con un brillo venenoso.
—Lía, querida —dijo, exagerando el tono—. Me alegra verte en pie después de tu pequeña caída.
Dalan frunció el ceño ante su falsedad.
—¿Y tú quién eres? —preguntó con frialdad.
—Serena —respondió Kael sin ocultar su fastidio—. Y ya se iba.
Serena lo ignoró por completo.
—Qué curioso ver nuevas… cercanías —agregó mirando a Dalan, luego a mí, luego a Kael—. Aunque deberíamos recordar que no cualquier extraño puede entrar tan libremente aquí.
Dalan dio un paso adelante. No agresivo, pero sí protector.
—No vine a causar problemas.
—Pero los traes contigo —susurró Serena, deteniéndose demasiado cerca de mí.
Antes de que pudiera alejarme, su mano se cerró sobre mi brazo con fuerza desmedida.
Kael dejó escapar un gruñido bajo, amenazante. Dalan también reaccionó.
—Suéltala —ordenó, con voz firme.
Serena apretó un poco más, como si buscara un gesto, una reacción, algo que confirmara una sospecha silenciosa. Mi piel ardió, pero no por el dolor: por el esfuerzo de evitar que la curación se activara.
Me liberé con un movimiento rápido.
—Estoy bien —dije, aunque mi pulso iba acelerado.
Serena sostuvo mi mirada un segundo más. Y sonrió. Una sonrisa demasiado satisfecha.
—Nos vemos en el entrenamiento, Lía —susurró al pasar—. Trata de no caerte otra vez.
Se alejó moviendo la cadera con una elegancia irritante.
Kael estaba a un paso de ir detrás de ella cuando Dalan habló.
—No me gusta esa loba —dijo sin rodeos.
—No tienes que gustarle —respondió Kael sin mirarlo—. Solo recuerda que Lía está bajo mi protección.
Dalan sonrió de lado, provocador.
—Lo siento, Alfa. Pero la protegía mucho antes que tú.
La marca en mi muñeca respondió con un pequeño latido. No brilló. No dolió. Solo… despertó un segundo. Como si escuchara algo que ninguno de los dos había dicho.
Kael lo percibió. Yo también.
Él dio un paso hacia mí, bajando un poco la voz.
—Lía, ven conmigo.
Dalan se apartó con un gesto de manos abiertas.
—Estaré cerca. Si necesitas algo, solo llama.
Cuando se alejó, Kael exhaló lentamente, como si recién recordara respirar.
—No confío en él —dijo.
—Kael…
—Ni en la forma en que te mira —continuó, directo.
Sentí las mejillas arder.
—Dalan es solo mi amigo.
—Él no lo ve así —susurró Kael—. Y tú tampoco lo viste así en el pasado.
Abrí la boca para responder, pero la marca volvió a latir suavemente. Apenas un eco.
Kael la miró con interés.
—¿Te duele?
—No… solo pasa a veces.
No insistió. Pero su expresión lo dejó claro:
Lo había notado.
Y no lo olvidaría.







