El campo de entrenamiento de los Guardianes Celestiales estaba envuelto en la neblina del amanecer, el aire frío cortando como cuchillas mientras los soldados se movían en formaciones perfectas. En el centro, el general Dain, con su armadura de escamas negras y su espada curva al costado, supervisaba los ejercicios con mirada de halcón.
Aisha lo observaba desde las barandillas del pabellón elevado, envuelta en una capa de pieles que Ragnar le había insistido en usar.
— No confío en que el camino a las Termas de Luan esté seguro — gruñó Ragnar a su lado, los brazos cruzados sobre el pecho. Su aliento formaba nubes blancas en el aire — pero si insistes en ir, no será cualquiera quien te escolte.
Aisha lo miró de reojo — ¿Y por qué no vas tú?
Ragnar apretó la mandíbula — porque si me voy ahora, Vladimir interpretará que estoy huyendo antes del eclipse. No puedo darle esa ventaja.
Un silencio pesado se instaló entre ellos. Ambos sabían lo que estaba en juego. Las Termas de Luan, escondida