CAPITULO 12: ENCERRADA Y ACORRALADA
Prisión de Chicago
El sonido del clic seco de las esposas al cerrarse una vez más alrededor de sus muñecas, eran cómo una sentencia brutal para Cristel. Sintió como se le helaba la espalda por el miedo, reprimió las lágrimas que se acumularon en sus ojos, no iba a llorar, no iba a dejar que la vieran débil.
Cristel, vestida ahora con el uniforme beige que le habían entregado minutos antes, avanzó con pasos torpes, aún tratando de procesar lo que estaba viviendo. Le habían quitado su dignidad, su libertad. Todo lo que le había quedado.
Aquel pasillo que la conducía a su nueva celda parecía interminable. Las otras reclusas la observaban tras los barandales como bestias esperando su turno. Un par de ellas susurraban entre sí, otras simplemente la analizaban con expresión vacía. La mirada de Cristel se desplazaba sin rumbo fijo, mientras su mente gritaba que todo esto era un error. Una horrible pesadilla.
Las dos guardias que la escoltaban, sin mostr