Lena se incorporó lentamente tras cortar las últimas hojas marchitas del rosal de la entrada. Sus dedos, cubiertos de tierra húmeda, apretaban con delicadeza las tijeras de podar mientras contemplaba su trabajo con una pequeña sensación de alivio. Aunque el sol se ocultaba entre nubes espesas, ella siempre encontraba una pizca de consuelo en cuidar esas flores. A diferencia de las personas en esa casa, las rosas no le exigían nada… y no la despreciaban por existir.
Suspiró y se dirigió con pasos calmados hacia el área de almacenamiento. Ese pequeño cuarto trasero donde se guardaban los materiales de jardinería. Estaba construido junto al muro norte de la mansión, donde se realizaban obras para un nuevo jardín de lavanda. Por eso, con la reciente lluvia, se había formado un charco de lodo espeso y profundo justo en la entrada del cobertizo.
Al doblar la esquina, se encontró con Odelia, que parecía estar esperando.
—Vaya, debrias estar ayudando en la cocina y no perdiendo el tiempo c