Lena despertó cuando la luz de la mañana se filtró por las cortinas, suave pero implacable. Tardó un segundo en ubicarse, con el cuerpo pesado y cada músculo reclamando el esfuerzo de la noche anterior. Era una sensación extraña, como si hubiera pasado horas en un entrenamiento extenuante. Y es que en realidad, así había sido.
Suspiró hondo y cerró los ojos un instante, recordando cada momento, cada toque, el calor de Kerem sobre ella.
Se estiró lentamente y un gemido bajo escapó de su garganta, pero el movimiento le recordó algo más: estaba sola en esa cama amplia que todavía guardaba el calor de sus cuerpos. Lena frunció levemente el ceño, porque no escuchó en que momento se levantó Kerem. Había caído en un sueño muy profundo.
Estaba a punto de levantarse cuando escuchó un leve golpe en la puerta.
—Buenos días, Lena —la voz de Branwen llegó desde el otro lado, amable, firme como siempre—. Te traigo el desayuno.
Lena se acomodó rápido, alisando el camisón y tapando el resto de su cue