Lena despertó con un leve sobresalto.
La habitación estaba en silencio, lo unico que se escuchaba era el sonido pausado de la respiración de Kerem. El cuarto estaba en penumbra y el aire cargado con el aroma de él, esa mezcla masculina que se había impregnado en cada espacio y, de alguna manera, en su piel. Se movió con cuidado, intentando no despertarlo, pero apenas giró el cuerpo, el dolor sordo entre sus piernas la hizo contener un quejido. Su pecho subió y bajó con lentitud mientras sus dedos se enredaban con las sábanas.
El hambre la golpeó de repente, como un rugido bajo en su estómago. Cerró los ojos, intentando ignorarlo, pero la sensación no desapareció. Con cuidado, apartó el brazo de Kerem de su cintura, ese peso cálido y protector que la mantenía pegada a su cuerpo.
Apoyó las manos en el colchón, intentando deslizarse hacia el borde, pero la voz grave y somnolienta de Kerem la detuvo, rasgando el silencio como una caricia.
—¿A dónde crees que vas?
Lena se quedó quieta, sor