La casa estaba en completo silencio. Esa clase de silencio que parece absorber cada sonido y donde incluso una respiración contenida parece gritar.
Odelia subió las escaleras con pasos lentos, calculados, presionando los talones con suavidad contra la madera para no hacer crujir los escalones. El sol de la tarde ya comenzaba a teñir los pasillos de un color ámbar envejecido. Su uniforme de un azul oscuro ondeaba a su paso, cauteloso y sin prisa.
Se detuvo frente a la habitación de Lena. Pegó apenas el oído a la puerta. Escuchó su voz, como si hablara con alguien.
«Ademas de huérfana habla sola» dijo en su mente.
Después escuchó el tintineo débil de una taza apoyándose contra la mesa y sonrió con satisfacción.
«Perfecto» pensó.
Volvió sobre sus pasos, esta vez con rapidez. Bajó las escaleras con firmeza, atravesó el pasillo lateral de la casa que daba hacia el jardín trasero, y entró al cuarto de herramientas. Ahí, entre guantes viejos y una regadera oxidada, tomó unas tijer