El sol apenas filtraba su luz pálida entre las cortinas cuando Lena abrió los ojos. Junto a ella, acurrucado sobre la manta, el pequeño gato la miraba fijamente.
—Creo que te llamaré Sombra —murmuró, acariciándole la cabeza con suavidad—. Como los secretos de esta casa... suaves, silenciosos y siempre acechando.
Se vistió despacio. Sus pasos no hacían ruido cuando bajó las escaleras. El ambiente olía a pan recién horneado y a café caliente. Cuando entró al comedor, Kerem ya estaba sentado en la cabecera de la mesa, tan recto como siempre, con el rostro impasible y en su mano sostenía una taza de café.
—Buenos días —dijo ella, sin rastro de dulzura. Se sentía molesta con él y si siquiera comprendía del todo porque.
Kerem giró levemente el rostro en su dirección, frunciendo el ceño. La había reconocido mucho antes de que se anunciara, por el sonido de sus pasos, por el ligero temblor en su respiración y por ese inconfundible aroma que su piel destilara y que aunque no lo dijera n